lunes, 3 de febrero de 2025



 

 





 


 



 

Para mí era el colmo. Me vine abajo. No podía soportarlo más. Mi mujer ya estaba sumida en la desesperación por la pérdida de la vida que antes teníamos. Yo volví a preguntarme qué había hecho para merecerlo. ¿Rodar una película? ¿Una película inducía a alguien a volar mi casa? ¿Qué pasaba por escribir una carta al director? Al parecer mi crimen consistía en plantear preguntas y presentar ideas a una audiencia masiva (la clase de actividad que haces de vez en cuando en una democracia). No se trataba de que mis ideas fueran peligrosas, sino del hecho de que millones de personas de repente estaban ansiosas por exponerse a ellas. Y no solo en el cine, y no solo en reuniones de izquierdas. Me invitaron a hablar de estas ideas en
The View
. En el programa de Martha Stewart. En el de Oprah Winfrey, ¡cuatro veces! Y un día allí está Vanna White, dándole la vuelta a las letras de mi nombre en
La rueda de la fortuna
. Me permitieron divulgar las ideas de Noam Chomsky y Howard Zinn, de I. F. Stone y de los hermanos Berrigan por todas partes. Eso desquició a la derecha. Yo no esperaba que ocurriera. Simplemente, ocurrió.
    Y de esta forma el clamor constante contra mí se hizo más fuerte, los programas de radio y televisión conservadores en los que participa público por teléfono me describieron como algo subhumano, una «cosa» que odiaba a las tropas, la bandera y todo lo que América representa. Con estos repugnantes epítetos se alimentaba a cucharadas a un público escasamente educado que se desarrollaba con una dieta de odio e ignorancia y no tenía ni idea de lo que significaba la palabra «epíteto». Por ejemplo, Bill O’Reilly haciendo una broma al alcalde Rudolph Giuliani, en directo en el programa de televisión de Fox News, en febrero de 2004:
    —Bueno, yo quiero matar a Michael Moore. ¿Está bien? Muy bien. Y no creo en la pena capital; es solo un chiste sobre Moore.
    Ja, ja.
Michael Moore

domingo, 2 de febrero de 2025


 

 Un sector de la izquierda más moderada, tras la derrota electoral, afirma que estamos perdiendo la «guerra cultural» porque la izquierda se ha vuelto «identitaria». Esta tesis es errónea. También es peligrosa. La verdad es que la mayoría de la izquierda ha abrazado la defensa de las reivindicaciones de los movimientos de los oprimidos con retraso. No es el lenguaje neutro el que explica el peso del bolsonarismo. Llevamos ocho años a la defensiva, pero por otras razones. La extrema derecha influye en un tercio de la población. Su núcleo «duro» radicalizado en posiciones neofascistas no es inferior al 15%, es decir, aproximadamente la mitad de su apoyo electoral. Sus agendas son claras: denunciar que la izquierda es corrupta y quiere el poder para robar; apoyar la violencia policial impune, las masacres y matanzas -están incluso en contra de las cámaras en los uniformes- y abogar por el encarcelamiento masivo; reivindicar el legado de la dictadura militar; negaron el peligro sanitario durante la pandemia, niegan el calentamiento global, defienden la expansión de la frontera agrícola en la Amazonia; desprecian la lucha contra el racismo, el sexismo, la homofobia, se burlan de los derechos indígenas y defienden el marco temporal. Todas estas posiciones son bizarras, absurdas e irracionales. Pero no sólo tienen peso de masas, sino que la extrema derecha es el movimiento más militante y con mayor capacidad de movilización política del país. Esta ofensiva no se explica sólo porque tengan mayoría en las iglesias neopentecostales. Una primera pista es que nuestro campo, a partir del gobierno Lula, no entra en disputas político-ideológicas: calla y capitula, incluso cuando las oportunidades son favorables, como después de la derrota de la semiinsurrección del 8 de enero de 2023. Pero esa tampoco es la única razón. ¿Por qué?

Brasil ha cambiado mucho en los últimos diez años. Los análisis de inspiración marxista se basan, en última instancia, en la interpretación del contexto económico y social. Lo que tiene que ser tiene mucha fuerza. La gente se sitúa principalmente en función de sus intereses. Pero el marxismo no es fatalismo económico. No es posible entender la realidad política que nos rodea sin tener en cuenta que la izquierda está perdiendo la guerra cultural. Lo que se conoce como «guerra cultural» es la lucha por la hegemonía política. La lucha por la hegemonía es una lucha que tiene tres dimensiones distintas: política, teórica e ideológica. Es una lucha por criterios, valores, propuestas, proyectos y visiones del mundo. Pero de nada sirve tener sólo los mejores argumentos, aunque las ideas importan. De nada sirve tener sólo las opiniones más justas. De nada sirve tener razón. Eso no basta. Lo que define quién está a la ofensiva y quién a la defensiva en este terreno es la lucha de clases. Son posiciones de fuerza. Y las posiciones de fuerza se conquistan luchando por la conciencia social media. Esto no es posible sin disputar el «sentido común». La idea más poderosa de la izquierda, y también la más simple, es que es posible cambiar el mundo y acabar con la injusticia social. Pero choca con poderosas fuerzas de inercia histórica. Este es el quid de la lucha por la hegemonía. Cuando avanza una oleada de lucha de los explotados y oprimidos, todo parece más posible.

https://jacobinlat.com/2024/10/la-izquierda-esta-perdiendo-la-batalla-cultural/amp/



 

 


 Los dos años que Marx pasó en París constituyeron la primera y única ocasión de su vida en que conoció a hombres con quienes mantuvo amistoso intercambio y que eran sus iguales, si no siempre en inteligencia, por lo menos por la originalidad de su personalidad y su vida. Después del desastre de 1848, que quebrantó el espíritu de casi todos los radicales más enérgicos, quienes quedaron diezmados por la muerte, el presidio y los traslados, y que dejó a la mayoría indiferente o desilusionada, Marx se recogió en una actitud de agresivo aislamiento para mantener contacto sólo con hombres que habían probado su lealtad personal a la causa con la que él estaba identificado. A partir de entonces, Engels fue su jefe de estado mayor y trató abiertamente al resto como rivales o subordinados.

El retrato que surge de las memorias de quienes fueron sus amigos en esta época —Ruge, Freiligrath, Heine, Annenkov— lo muestra como una figura intrépida y enérgica, como un polemista vehemente, impaciente, despectivo, que sobre todo descarga sus pesadas armas hegelianas, pero que, a pesar de la torpeza del mecanismo, revela un intelecto agudo y poderoso, cuya calidad, en años posteriores, reconocieron abiertamente aun aquellos que se mostraron más hostiles (y añadamos que eran pocos los prominentes radicales a quienes no hubiera herido y humillado de cualquier modo).

Conoció al poeta Heine y trabó con él cálida amistad; acaso haya sido influido por éste, y en éste, a pesar de sus opiniones antidemocráticas, veía a un poeta más auténticamente revolucionario que Herwegh o Freiligrath, ambos ídolos por entonces de la juventud radical alemana. También estaba en buenos términos con el círculo de liberales rusos, algunos de ellos auténticos rebeldes y otros cultivados dilettanti aristocráticos, conocedores de curiosos hombres y situaciones. Uno de éstos, agudo y agradable hombre de letras, Annenkov, a quien Marx profesó cierto afecto, dejó una breve descripción suya correspondiente a esta época:

Marx pertenecía al tipo de hombres que son todo energía, fuerza de voluntad e inconmovible convicción. Con una espesa greña negra, con manos velludas y una levita abotonada como quiera, tenía la apariencia de un hombre acostumbrado a inspirar el respeto de los otros. Sus movimientos eran desmañados, pero revelaban seguridad en sí mismo. Sus maneras desafiaban las convenciones aceptadas del trato social y eran altivas y casi despectivas. Tenía voz desagradablemente áspera y hablaba de los hombres y de las cosas en el tono de quien no está dispuesto a tolerar ninguna contradicción y que parecía expresar la firme convicción en su misión de influir en los espíritus de los hombres y dictar las leyes de su ser.

Otro miembro de este círculo, mucho más descollante, era el celebrado Bakunin, sobre quien el trabar conocimiento con Marx en París y en esta misma época tuvo efecto más perdurable. Bakunin había abandonado Rusia aproximadamente por la misma época en que Marx había partido de Alemania, y poco más o menos por la misma razón. Era por entonces un ardoroso «crítico» perteneciente al ala izquierda hegeliana, enemigo apasionado del zarismo y de todo gobierno absolutista. Poseía un carácter generoso, extravagante, sumamente impulsivo, y una imaginación rica, caótica, desenfrenada, una pasión por lo violento, lo inmenso, lo sublime, un odio por toda disciplina e institucionalismo, una ausencia total de todo sentido de la propiedad privada y, sobre todo, un feroz y avasallador deseo de aniquilar la estrecha sociedad de su tiempo, en la cual, como Gulliver en Lilliput, el individuo humano se sofocaba por falta de espacio para desarrollar integralmente sus más nobles facultades. Su amigo y compatriota Alexander Herzen, que al punto lo admiró y se sintió intensamente irritado por él, dice en sus memorias:

Bakunin era capaz de ser cualquier cosa: agitador, tribuno, predicador, jefe de un partido, de una secta, una herejía. Póngaselo en cualquier parte, con tal de que sea siempre en el punto extremo de un movimiento, y fascinará a las masas e influirá decisivamente en los destinos de los pueblos… pero en Rusia, este Colón sin América y sin barco, después de haber servido contra su voluntad uno o dos años en la artillería y después de haber militado más o menos otros dos años entre los hegelianos moscovitas, anhelaba desesperadamente arrancarse de un país donde toda forma de pensamiento se perseguía como malintencionada y donde la independencia del juicio o el discurso se consideraba un insulto a la moralidad pública.

Era un maravilloso orador de multitudes a quien consumía un auténtico odio por la injusticia y un abrasador sentimiento de la propia misión, que consistía en llevar a la humanidad a cumplir algún acto de magnífico heroísmo colectivo, que la liberaría para siempre; por lo demás, ejercía una fascinación personal sobre los hombres, a quienes cegaba a su propia irresponsabilidad, a su fundamental frivolidad, al comunicarles un avasallador entusiasmo revolucionario. No era un pensador original y asimilaba fácilmente las opiniones de otros; pero era un inspirado maestro y, si bien todo su credo se reducía a poco más que una apasionada creencia igualitaria en la necesidad de destruir toda autoridad y de liberar a los oprimidos, mezclada con cierto paneslavismo precario, sólo con esto creó un movimiento que perduró muchos años después de su muerte.

Isaiah Berlin

sábado, 1 de febrero de 2025



 


 



 


 

 Maquiavelo — Pero ¿no habéis dicho vos mismo que, en los Estados despóticos, el temor es una necesidad, la virtud inútil, el honor un peligro; que debía existir una obediencia ciega y que si el príncipe dejara de levantar su mano estaría perdido? [1]

    Montesquieu — Lo dije, si, al advertir, como vos lo habéis hacho, en qué terribles condiciones se perpetúa un régimen tiránico, pero lo dije para marcarlo a fuego y no para erigirle altares; para inspirar el horror de mi patria, la que felizmente nunca tuvo que inclinar la cabeza tan bajo semejante yugo. ¿Cómo no veis que la fuerza es tan solo un accidente en el camino de las sociedades modernas, y que los gobiernos más arbitrarios, para justificar sus sanciones, deben recurrir a consideraciones ajenas a las teorías de la fuerza? No solo en nombre del interés, sino en nombre del deber actúan todos los opresores. Lo violan, pero lo invocan; por sí sola, la doctrina del interés es tan importante como todos los medios que emplea.

Maurice Joly



 




 

viernes, 31 de enero de 2025


 



 Algunas personas pueden creerse superiores a los demás por el complejo de superioridad, el cual se caracteriza por una sobrevaloración de las propias capacidades y logros. Esto puede deberse a diversos factores, como: 

    Trastornos de la personalidad

    En el caso del trastorno narcisista, las personas se sienten especiales y más importantes que los demás. 

    Influencias socioculturales

    En algunos contextos, se fomenta la comparación y la competencia, lo que puede llevar a sobrevalorar las propias capacidades. 

    Experiencias traumáticas

    En algunos casos, las personas pueden desarrollar un complejo de superioridad como una forma de proteger su identidad. 

    Entorno de crianza

    Un niño que recibe constantemente elogios excesivos por sus logros puede desarrollar la creencia de que es superior a los demás. 

El efecto "Dunning y Kruger" es un sesgo cognitivo que hace que algunas personas se vean más competentes, inteligentes y capaces que los demás.