Contra la Cultura Media: Ensayo Militante a la Luz de Pasolini
Hay
formas de dominación que se imponen con golpes, cárceles y censura. Y
hay otras más eficientes, más limpias, más “democráticas”, que logran
someter conciencias sin necesidad de violencia visible. Pier Paolo
Pasolini denunció esta última: la cultura media de masas como el nuevo
dispositivo de control social. Su advertencia, lejos de pertenecer al
siglo pasado, hoy resulta urgente. No reconocerlo es permitir que el
poder nos administre el pensamiento con una sonrisa.
La
cultura media —esa mezcla de entretenimiento, consumo y superficialidad
intelectual— no surge para emancipar a nadie. Su función, como sostenía
Pasolini, es uniformar, nivelar hacia abajo, reducir la complejidad
humana al mínimo común denominador necesario para que todos deseemos lo
mismo, opinemos lo mismo y compremos lo mismo. No forma ciudadanía:
fabrica consumidores dóciles.
El
viejo poder autoritario se imponía con fuerza; el nuevo se impone con
seducción. No ordena: persuade. No prohíbe: distrae. No reprime:
integra. Esta es la clave de su eficacia. Quien se cree libre no se
rebela.
Pasolini observó
que la cultura popular —la campesina, la obrera, la comunitaria— fue
sustituida por una cultura media televisiva que destruyó identidades
locales y formas propias de pensar. Donde antes había diversidad
cultural, hoy hay un ecosistema único, estandarizado y globalizado, cuyo
objetivo es borrar cualquier diferencia que pueda generar pensamiento
crítico o resistencia. El lenguaje, la música, la moda, los deseos, todo
converge hacia un modelo único de “persona correcta” adaptada al
consumo. La pluralidad cultural no fue elevada: fue arrasada.
La
corrupción que denunciaba Pasolini no era moralista: era política e
intelectual. La cultura media corrompe porque sabotea la conciencia. No
cuestiona la realidad: la vuelve aceptable. La injusticia se vuelve
paisaje; la mercantilización de la vida, normalidad; la obediencia,
virtud. Este proceso no produce ciudadanos críticos, sino individuos
entrenados para confundir libertad con elegir entre productos; para
confundir felicidad con entretenimiento; para confundir opinión con
pensamiento.
La escuela,
la televisión y hoy las redes sociales comparten un mismo proyecto:
desactivar la capacidad de análisis. Nos enseñan a hablar de todo con
tono de certeza, pero sin fundamento; a repetir narrativas
prefabricadas; a indignarnos según la agenda del día. La cultura media
no busca que la gente piense, sino que se sienta “informada”, lo cual es
más peligroso: el ignorante puede buscar saber; el desinformado que
cree saber ya está derrotado.
Lo
más inquietante de la crítica pasoliniana es que anticipó nuestro
presente: una sociedad donde la mercadotecnia reemplaza la política, los
influencers sustituyen al pensamiento, y la rebeldía se vuelve
mercancía. El sistema ha aprendido a vendernos incluso la “disidencia”
en forma de marca. Esa es su victoria más perversa: la domesticación del
espíritu rebelde.
Por
eso, la lucha contra la cultura media no es elitismo intelectual; es
defensa de la capacidad humana de pensar, sentir y crear por cuenta
propia. No se trata de negar el acceso a la cultura, sino de exigir una
cultura que no reduzca al individuo a engranaje del consumo. Una cultura
que recupere la complejidad, la profundidad y el derecho a disentir. La
emancipación comienza cuando desconfiamos del sentido común fabricado y
recuperamos el coraje de formular preguntas incómodas.
Denunciar la cultura media es un acto político. Resistirla es un deber.
No se combate con superioridad moral, sino con criterio, estudio, arte, lectura, pensamiento crítico y organización cultural.
Pasolini
no nos llamó a encerrarnos en torres de marfil, sino a defender la
inteligencia colectiva. Frente a la máquina homogeneizadora, la tarea
militante es clara:
– Recuperar lenguajes propios.
– Defender el pensamiento crítico como herramienta de libertad.
– Fomentar comunidades culturales autónomas.
– Desobedecer la dictadura del entretenimiento permanente.
El
enemigo de hoy no viste uniforme ni levanta su brazo; nos sonríe desde
pantallas. La revolución cultural contemporánea no empieza en la calle:
empieza por recuperar la capacidad de pensar contra la corriente.
No hay emancipación sin conciencia. No hay conciencia sin cultura. Y no hay cultura sin conflicto.
La cultura media busca pacificarnos; nosotros debemos incomodarnos.
Ese es el primer acto de rebeldía.
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