miércoles, 5 de noviembre de 2025

 Contra la Cultura Media: Ensayo Militante a la Luz de Pasolini


Hay formas de dominación que se imponen con golpes, cárceles y censura. Y hay otras más eficientes, más limpias, más “democráticas”, que logran someter conciencias sin necesidad de violencia visible. Pier Paolo Pasolini denunció esta última: la cultura media de masas como el nuevo dispositivo de control social. Su advertencia, lejos de pertenecer al siglo pasado, hoy resulta urgente. No reconocerlo es permitir que el poder nos administre el pensamiento con una sonrisa.

La cultura media —esa mezcla de entretenimiento, consumo y superficialidad intelectual— no surge para emancipar a nadie. Su función, como sostenía Pasolini, es uniformar, nivelar hacia abajo, reducir la complejidad humana al mínimo común denominador necesario para que todos deseemos lo mismo, opinemos lo mismo y compremos lo mismo. No forma ciudadanía: fabrica consumidores dóciles.

El viejo poder autoritario se imponía con fuerza; el nuevo se impone con seducción. No ordena: persuade. No prohíbe: distrae. No reprime: integra. Esta es la clave de su eficacia. Quien se cree libre no se rebela.

Pasolini observó que la cultura popular —la campesina, la obrera, la comunitaria— fue sustituida por una cultura media televisiva que destruyó identidades locales y formas propias de pensar. Donde antes había diversidad cultural, hoy hay un ecosistema único, estandarizado y globalizado, cuyo objetivo es borrar cualquier diferencia que pueda generar pensamiento crítico o resistencia. El lenguaje, la música, la moda, los deseos, todo converge hacia un modelo único de “persona correcta” adaptada al consumo. La pluralidad cultural no fue elevada: fue arrasada.

La corrupción que denunciaba Pasolini no era moralista: era política e intelectual. La cultura media corrompe porque sabotea la conciencia. No cuestiona la realidad: la vuelve aceptable. La injusticia se vuelve paisaje; la mercantilización de la vida, normalidad; la obediencia, virtud. Este proceso no produce ciudadanos críticos, sino individuos entrenados para confundir libertad con elegir entre productos; para confundir felicidad con entretenimiento; para confundir opinión con pensamiento.

La escuela, la televisión y hoy las redes sociales comparten un mismo proyecto: desactivar la capacidad de análisis. Nos enseñan a hablar de todo con tono de certeza, pero sin fundamento; a repetir narrativas prefabricadas; a indignarnos según la agenda del día. La cultura media no busca que la gente piense, sino que se sienta “informada”, lo cual es más peligroso: el ignorante puede buscar saber; el desinformado que cree saber ya está derrotado.

Lo más inquietante de la crítica pasoliniana es que anticipó nuestro presente: una sociedad donde la mercadotecnia reemplaza la política, los influencers sustituyen al pensamiento, y la rebeldía se vuelve mercancía. El sistema ha aprendido a vendernos incluso la “disidencia” en forma de marca. Esa es su victoria más perversa: la domesticación del espíritu rebelde.

Por eso, la lucha contra la cultura media no es elitismo intelectual; es defensa de la capacidad humana de pensar, sentir y crear por cuenta propia. No se trata de negar el acceso a la cultura, sino de exigir una cultura que no reduzca al individuo a engranaje del consumo. Una cultura que recupere la complejidad, la profundidad y el derecho a disentir. La emancipación comienza cuando desconfiamos del sentido común fabricado y recuperamos el coraje de formular preguntas incómodas.

Denunciar la cultura media es un acto político. Resistirla es un deber.
No se combate con superioridad moral, sino con criterio, estudio, arte, lectura, pensamiento crítico y organización cultural.

Pasolini no nos llamó a encerrarnos en torres de marfil, sino a defender la inteligencia colectiva. Frente a la máquina homogeneizadora, la tarea militante es clara:

– Recuperar lenguajes propios.
– Defender el pensamiento crítico como herramienta de libertad.
– Fomentar comunidades culturales autónomas.
– Desobedecer la dictadura del entretenimiento permanente.

El enemigo de hoy no viste uniforme ni levanta su brazo; nos sonríe desde pantallas. La revolución cultural contemporánea no empieza en la calle: empieza por recuperar la capacidad de pensar contra la corriente.

No hay emancipación sin conciencia. No hay conciencia sin cultura. Y no hay cultura sin conflicto.

La cultura media busca pacificarnos; nosotros debemos incomodarnos.

Ese es el primer acto de rebeldía.

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