miércoles, 5 de noviembre de 2025


🔥 La palabra como arma: el caso Chikli-Mamdani y la criminalización del disenso

En los campos de batalla modernos, las bombas son solo una parte del conflicto. La otra —más sutil, pero no menos devastadora— es el lenguaje. Lo que antes era propaganda, hoy se disfraza de “defensa moral”, de “lucha contra el antisemitismo”, o de “seguridad nacional”. En ese terreno simbólico se inscribe el ataque de Amichai Chikli, ministro israelí para la Diáspora, contra Zohran Mamdani, legislador estatal de Nueva York, a quien comparó con los autores del 11 de septiembre y tildó de “seguidor de Hamás”.

La acusación, falsa en los hechos, cumple una función precisa: asociar toda crítica al gobierno israelí con el terrorismo. No se trata de un error retórico, sino de una estrategia discursiva que ha sido sistemáticamente usada para blindar al Estado de Israel de cualquier escrutinio político. Al reducir la complejidad moral del conflicto a una dicotomía —“con nosotros o con los terroristas”—, el discurso de Chikli convierte la disidencia en amenaza existencial.

Zohran Mamdani, hijo de inmigrantes ugandeses, musulmán y socialista, ha denunciado la ocupación y el apartheid en Palestina. Su voz encarna una nueva generación de políticos estadounidenses que rompen el consenso tradicional de apoyo incondicional a Israel. No es extraño, por tanto, que se le ataque no solo por lo que dice, sino por lo que representa: la posibilidad de una izquierda estadounidense descolonizada, diversa y sin miedo de hablar de Palestina.

La comparación con el 11-S no es fortuita. Invocar ese trauma nacional sirve para activar reflejos emocionales: miedo, rabia, patriotismo. Así, el debate deja de ser político y se convierte en moral; el disidente se vuelve monstruo. Es una táctica vieja: lo que el macartismo hizo con los comunistas, hoy se hace con quienes defienden a Palestina. El método es el mismo: la palabra “terrorista” sustituye al argumento, y el miedo sustituye al pensamiento.

Este tipo de lenguaje tiene consecuencias reales. En una sociedad saturada de imágenes de violencia y propaganda, basta con una etiqueta para destruir reputaciones, aislar movimientos o justificar censuras. Mamdani no fue el primer blanco ni será el último: desde universidades hasta medios de comunicación, los defensores de los derechos palestinos son acusados de “antisemitismo” o “apología del terrorismo”. Lo irónico es que esa manipulación del lenguaje banaliza el antisemitismo real —una amenaza que sí existe— y lo convierte en un instrumento de poder.

Detrás de todo esto se esconde una batalla más amplia: la disputa por quién tiene derecho a nombrar la realidad. Si criticar a un gobierno equivale a apoyar el terrorismo, entonces solo los poderosos podrán hablar. Pero si el lenguaje se libera de ese chantaje moral, si se permite nombrar la injusticia sin miedo a la difamación, entonces el discurso vuelve a ser herramienta de emancipación.

La guerra empieza cuando se miente. La paz, cuando se vuelve a decir la verdad.
Y la verdad, en este caso, es clara: Zohran Mamdani no es terrorista; es un político que se atreve a pensar distinto.
Eso, en el mundo de los poderosos, ya es suficiente motivo para ser perseguido.

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