“Una mujer indefensa”: machismo disfrazado de preocupación
Ah,
sí. “Una mujer indefensa”. Qué descubrimiento. Gracias, señor
presidente de Miss Universo, por iluminar a la humanidad: si una mujer
se enfrenta a alguien más fuerte, automáticamente se convierte en un ser
sin derechos, sin agencia, sin poderes especiales. Qué conveniente,
¿no? Nunca se nos habría ocurrido. Porque claro, los hombres somos los
héroes por naturaleza y las mujeres… bueno, ellas solo están para que
las protejamos y les digamos lo frágiles que son.
Nadie
parece notar lo absurdo. Los conductores de televisión asienten con la
cabeza, como diciendo: “Sí, claro, pobrecita, totalmente indefensa”.
Nadie pregunta: ¿y si fuera un hombre? ¿Y si fuera un niño? ¿Y si fuera
alguien que no tiene la fuerza para defenderse frente a un agresor? La
indefensión no tiene género, pero la cultura machista nos enseña a
vincularla automáticamente con la mujer. Y ahí está el truco: disfrazar
la desigualdad de preocupación, de ternura, de elogio.
Vamos
a ser claros: cualquier persona puede ser indefensa ante alguien más
fuerte. Nadie tiene un escudo mágico porque sea hombre o mujer. La
vulnerabilidad no es femenina; es humana. Pero la frase “una mujer
indefensa” nos recuerda que todavía vivimos en un mundo donde el
lenguaje se utiliza para etiquetar, para dividir, para reforzar
jerarquías que nadie cuestiona.
Lo
peor es que este machismo silencioso se cuela en los momentos en los
que creemos estar siendo respetuosos. Decimos: “Oh, solo estaba
mostrando preocupación”. Sí, claro, mostrando preocupación al estilo
siglo XVIII: colocando a la mujer en una caja de fragilidad, mientras
nos damos palmaditas por ser considerados protectores. Bravo, genios.
Cada vez que repetimos esto, alimentamos un viejo cuento: las mujeres
necesitan protección, los hombres necesitan aplausos.
El
machismo que nadie detecta es el más peligroso, porque no necesita
insultos ni golpes; se cuela por las rendijas del lenguaje y nos hace
cómplices sin darnos cuenta. Y aquí está la lección: reconocer que la
indefensión es humana, que cualquiera puede estar vulnerable, es un acto
de inteligencia y valentía. Porque cuando dejamos de asociar la
debilidad con el género, dejamos de repetir cuentos viejos y empezamos a
ver la violencia y la vulnerabilidad por lo que realmente son:
problemas de poder, no de sexo.
Así
que la próxima vez que escuches “una mujer indefensa”, recuerda esto:
no estás admirando su fragilidad, estás aplaudiendo una narrativa que
nadie cuestiona y que convierte la preocupación en complicidad. Y si
crees que eso es suficiente, enhorabuena: estás listo para ser parte del
club de los héroes de papel y las damiselas de cartón.
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