miércoles, 5 de noviembre de 2025

 “Una mujer indefensa”: machismo disfrazado de preocupación


Ah, sí. “Una mujer indefensa”. Qué descubrimiento. Gracias, señor presidente de Miss Universo, por iluminar a la humanidad: si una mujer se enfrenta a alguien más fuerte, automáticamente se convierte en un ser sin derechos, sin agencia, sin poderes especiales. Qué conveniente, ¿no? Nunca se nos habría ocurrido. Porque claro, los hombres somos los héroes por naturaleza y las mujeres… bueno, ellas solo están para que las protejamos y les digamos lo frágiles que son.

Nadie parece notar lo absurdo. Los conductores de televisión asienten con la cabeza, como diciendo: “Sí, claro, pobrecita, totalmente indefensa”. Nadie pregunta: ¿y si fuera un hombre? ¿Y si fuera un niño? ¿Y si fuera alguien que no tiene la fuerza para defenderse frente a un agresor? La indefensión no tiene género, pero la cultura machista nos enseña a vincularla automáticamente con la mujer. Y ahí está el truco: disfrazar la desigualdad de preocupación, de ternura, de elogio.

Vamos a ser claros: cualquier persona puede ser indefensa ante alguien más fuerte. Nadie tiene un escudo mágico porque sea hombre o mujer. La vulnerabilidad no es femenina; es humana. Pero la frase “una mujer indefensa” nos recuerda que todavía vivimos en un mundo donde el lenguaje se utiliza para etiquetar, para dividir, para reforzar jerarquías que nadie cuestiona.

Lo peor es que este machismo silencioso se cuela en los momentos en los que creemos estar siendo respetuosos. Decimos: “Oh, solo estaba mostrando preocupación”. Sí, claro, mostrando preocupación al estilo siglo XVIII: colocando a la mujer en una caja de fragilidad, mientras nos damos palmaditas por ser considerados protectores. Bravo, genios. Cada vez que repetimos esto, alimentamos un viejo cuento: las mujeres necesitan protección, los hombres necesitan aplausos.

El machismo que nadie detecta es el más peligroso, porque no necesita insultos ni golpes; se cuela por las rendijas del lenguaje y nos hace cómplices sin darnos cuenta. Y aquí está la lección: reconocer que la indefensión es humana, que cualquiera puede estar vulnerable, es un acto de inteligencia y valentía. Porque cuando dejamos de asociar la debilidad con el género, dejamos de repetir cuentos viejos y empezamos a ver la violencia y la vulnerabilidad por lo que realmente son: problemas de poder, no de sexo.

Así que la próxima vez que escuches “una mujer indefensa”, recuerda esto: no estás admirando su fragilidad, estás aplaudiendo una narrativa que nadie cuestiona y que convierte la preocupación en complicidad. Y si crees que eso es suficiente, enhorabuena: estás listo para ser parte del club de los héroes de papel y las damiselas de cartón.


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