Menores y delitos graves: justicia, responsabilidad y percepción social
Cuando
hablamos de menores de edad y delincuencia, la primera impresión que
muchos tienen es de alarma: “¡Los jóvenes están fuera de control!”. Pero
la realidad estadística nos dice otra cosa: la gran mayoría de los
menores no comete delitos. La percepción de que todos los jóvenes son
proclives a robar, agredir o incluso matar es una construcción mediática
y social, más que un reflejo de la realidad.
Los
datos en México lo confirman. En 2023, los adolescentes fueron
responsables de un pequeño porcentaje de delitos: lesiones, robos,
amenazas y abuso sexual fueron los más frecuentes, pero representan solo
una fracción del total de la delincuencia. Los homicidios cometidos por
menores son excepcionales, aunque impactan profundamente porque
conmocionan a la sociedad y a los medios de comunicación.
Entonces,
¿por qué se les trata con un régimen legal más indulgente? La respuesta
está en la idea de que los menores están en desarrollo, que aún no
tienen plena capacidad de discernimiento y que pueden rehabilitarse. Por
eso, la legislación suele imponer medidas de reintegración y
protección, en lugar de castigos severos. Esta visión protege a la
mayoría, pero ¿qué pasa con los casos graves de homicidio, violación o
agresión extrema?
Aquí
surge un dilema ético y social. Por un lado, los menores merecen
protección y oportunidades de rehabilitación; por otro, las víctimas y
la sociedad requieren justicia proporcional. Un homicidio cometido con
dolo, o una violación perpetrada deliberadamente, son actos de gran
gravedad que no deberían recibir un tratamiento leve solo por la edad
del agresor. La justicia debe reflejar la magnitud del daño causado y
enviar un mensaje claro sobre responsabilidad y consecuencias.
No se trata de aplicar “mano dura” indiscriminada, sino de diferenciar los casos:
Menores
que delinquen por impulso o bajo presión de su entorno deben recibir
acompañamiento, rehabilitación y medidas restaurativas.
Menores
que cometen delitos graves de manera deliberada, con medios peligrosos y
conscientes de sus actos, deben enfrentar sanciones que reflejen la
seriedad de su conducta, siempre respetando su derecho a un debido
proceso y considerando su potencial de rehabilitación.
Este
enfoque equilibrado cumple tres objetivos: protege a la sociedad,
garantiza justicia a las víctimas y reconoce que los menores, aunque
vulnerables, también pueden ser responsables de actos graves. Ignorar
esta distinción crea un riesgo de impunidad y desprotege a quienes
sufren el daño, mientras que aplicar medidas severas a todos los menores
sería injusto y contraproducente.
En
conclusión, la mayoría de los menores no delinque y deben ser tratados
con cuidado y protección. Pero los casos excepcionales de delitos graves
requieren un enfoque distinto: justicia proporcional, sanciones
adecuadas y programas de rehabilitación serios. Solo así se puede
equilibrar la ética, la ley y la seguridad social, reconociendo que no
todos los menores son iguales, pero tampoco sus actos deberían ser
tratados de la misma manera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario