lunes, 15 de abril de 2024

 A unas semanas del primer enfrentamiento entre mexicanos y franceses, la moral de las tropas mexicanas estaba por los suelos. A principios de marzo, la terrible explosión de un polvorín en San Andrés Chalchicomula, Puebla, provocó la muerte de más de mil soldados y 25 oficiales de una brigada de Oaxaca que marchaba a incorporarse al Ejército de Oriente. No había esperanzas. El propio Zaragoza describió a Juárez quiénes conformaban su ejército: “Unos ciudadanos que no tienen más bondad que la justicia de su causa, ni más conocimientos militares que el deseo de servir a su Patria”. Las circunstancias anunciaban la derrota mexicana. Sin embargo, no había tiempo para lamentos. Zaragoza continuó con los preparativos militares y decidió hacer frente a los invasores en Puebla. La ciudad era un punto estratégico en el avance francés hacia la capital del país; si la plaza caía, el paso hacia la Ciudad de México quedaría franco. Nadie lo sabía entonces, pero el mejor aliado del ejército mexicano era la soberbia francesa. Charles Ferdinand Latrille, conde de Lorencez, llegó a México en enero de 1862 con refuerzos para la expedición francesa. El 27 de abril asumió el mando del ejército invasor y un día después derrotó a las tropas mexicanas en las Cumbres de Acultzingo. Lorencez llegó muy sobradito a las inmediaciones de Puebla. Envuelto en laureles de victoria, con una experimentada y exitosa carrera militar, engreído y menospreciando a los mexicanos, incluso veía con desprecio a las fuerzas conservadoras que se habían sumado a los franceses. Tan grande era la soberbia de Lorencez que, como si fuera un nuevo Hernán Cortés, en vísperas de lanzar el ataque sobre Puebla escribió: “Somos tan superiores a los mexicanos en organización, disciplina, raza, moral y refinamiento de sensibilidades, que le ruego anunciarle a Su Majestad Imperial, Napoleón III, que a partir de este momento y al mando de nuestros seis mil valientes soldados, ya soy dueño de México”. El ejército mexicano esperaba en Puebla. En las primeras horas del 5 de mayo, cuando aún no clareaba el día, el general Zaragoza reunió a sus tropas y lanzó una arenga que pasaría a la historia como la “proclama al amanecer”: “Soldados: Os habéis portado como héroes combatiendo por la Reforma; vuestros esfuerzos han sido coronados siempre del mejor éxito, y no una, sino infinidad de veces, habéis hecho doblar la cerviz a vuestros adversarios […]. Hoy vais a pelear por un objeto sagrado; vais a pelear por la Patria y yo me prometo que en la presente jornada le conquistaréis un día de gloria. Nuestros enemigos son los primeros soldados del mundo; pero vosotros sois los primeros hijos de México y os quieren arrebatar vuestra Patria. Soldados: leo en vuestra frente la victoria […] fe y […] ¡Viva la independencia nacional! ¡Viva la Patria!”.

Alejandro Rosas

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