lunes, 2 de mayo de 2022

 Luis XVI es un ejemplo extremo de alguien desconectado de su época que quizá te parezca poco relevante, pero está más cerca de ti de lo que crees. Como él, es probable que veas el presente por medio del cristal del pasado. Cuando examinas el mundo que te rodea, tal vez lo veas igual al de hace un día, semana, mes o año: la gente actúa como de costumbre, las instituciones en el poder continúan en su sitio y no se irán a ningún lado. El modo de pensar de la gente es el mismo; las convenciones que rigen el comportamiento en tu campo se siguen religiosamente aún. Quizás haya nuevos estilos y tendencias en la cultura, pero no son factores críticos ni signos de un cambio profundo. Inducido por tales apariencias, es probable que pienses que la vida es igual que siempre. Sin embargo, bajo la superficie hay una marea en movimiento; nada en la cultura humana permanece quieto. Los más jóvenes no comparten contigo el respeto que tú sientes por ciertos valores e instituciones. La dinámica del poder —entre clases, regiones e industrias— se halla en un incesante estado de flujo. La gente socializa e interactúa de nuevas formas. Nuevos símbolos y mitos se forman y los antiguos se desvanecen. Todas estas cosas pueden parecer desarticuladas, hasta que llega una crisis o choque y la gente debe enfrentar como un hecho algo que hasta entonces era invisible o inconexo, en forma de una revolución o clamor de cambio. Cuando esto ocurre, algunas personas se sienten tan incómodas como Luis XVI y se aferran con más fervor al pasado. Se unen para impedir que la marea avance, tarea fútil. Los líderes se sienten amenazados y se apegan más a sus ideas convencionales. Otros siguen la corriente sin entender adónde va o por qué las cosas cambian.

Robert Greene

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