domingo, 22 de mayo de 2022

 Durante más de un siglo, Brownsville ha sido uno de los rincones más deprimidos de todo Nueva York. El barrio concentra dieciocho bloques de viviendas protegidas —más que cualquier otra zona de la ciudad—, que dominan el horizonte: bloque tras bloque de edificios de ladrillo y cemento tristes y anodinos. Mientras que el índice de criminalidad en Nueva York ha descendido drásticamente en los últimos veinte años, Brownsville ha seguido como siempre un paso por detrás, plagada de adolescentes que se paseaban por las calles y asaltaban a mano armada a los viandantes. De cuando en cuando, la policía inundaba las calles con agentes de refuerzo. Pero el efecto no era más que provisional. En 2003, la agente de policía Joanne Jaffe se puso al frente del Housing Bureau de la ciudad, el principal organismo responsable de los bloques de Brownsville. Jaffe decidió probar algo nuevo. Comenzó elaborando una lista de todos los menores del barrio que 125 habían sido arrestados al menos una vez en los pasados doce meses. El recuento arrojó 106 nombres, que tenían adjudicados 180 arrestos. Jaffe estimaba que cada detenido por atraco a mano armada probablemente habría cometido entre veinte y cincuenta infracciones más que nunca habrían llegado a oídos de la policía; así que, como regla empírica, ella calculó que esos 106 menores habrían sido responsables de al menos cinco mil delitos en el año anterior. Jaffe formó luego una unidad operativa con agentes y encomendó a estos que se pusieran en contacto con todos los nombres de la lista. «Les decíamos: “Estáis en el programa», explicaba Jaffe. «Y el programa consiste en que os vamos a dar una oportunidad. Queremos hacer lo que esté en nuestras manos para que regreséis a la escuela, para que obtengáis el título del instituto, para que vuestra familia reciba servicios y para que alguien determine las necesidades de vuestros hogares. Os proporcionaremos ofertas de empleo, oportunidades educativas, médicas..., todo, cualquier cosa. Queremos trabajar con vosotros. Pero antes debéis despediros de las actividades criminales. Y si no lo hacéis y termináis arrestados por cualquier cosa, vamos a hacer todo lo que podamos para manteneros a buen recaudo. No importa lo menores que seáis. Vamos a echaros el guante de cualquier manera”».

«Llamábamos, y la madre o la abuela abría la puerta y decía: “Johnny, la policía”, así sin más. Yo empezaba: “Hola, señora Smith. Soy la comisaria Jaffe. Tenemos algo para usted con ocasión de Acción de Gracias. Solo queríamos desearles un feliz Día de Acción de Gracias”. Y ellas no acababan de creérselo, y decían: “Entren, entren”, y casi te arrastraban adentro, y en sus casas hacía mucho calor, y entonces seguía el “Johnnie, ven aquí, ¡la policía!”. Y tenía a todas esas personas corriendo alrededor, abrazándose y llorando. En todas las familias —visité a cinco—, encontrabas la misma escena de abrazos y llanto. Y yo siempre les decía lo mismo: “Sé que a veces llegan a detestar a la policía. Entiendo eso. Pero quiero que sepan que, por mucho que parezca que estamos hostigándoles llamando a su puerta, nos preocupamos de verdad, y queremos sinceramente que tengan un feliz Día de Acción de Gracias”».  ¿Por qué le importaba tanto a Jaffe reunirse con las familias de los chicos del J-RIP? Porque pensaba que la policía carecía de legitimidad a ojos de los habitantes de Brownsville

Esto parece algo propio de una mala película de Hollywood, ¿no es así? ¡Pavos en Acción de Gracias! ¡Abrazos y llanto! Si la mayoría de los departamentos de policía del mundo no han seguido el ejemplo de Jaffe, es porque lo que hizo parece inadecuado. Johnnie Jones era una mala pieza. Comprarle comida y juguetes a alguien como él se intuye como la peor versión de una indulgencia progresista. Si el comisario jefe de su ciudad anunciara, en mitad de una violenta ola criminal, que iba a empezar a alimentar y abrazar a las familias de los delincuentes que merodean por las calles, se quedaría sin habla, ¿correcto? Bien, ahora échele un vistazo a lo que sucedió en Brownsville.

 

Malcolm Gladwell

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