viernes, 7 de noviembre de 2025

 Colombia y México bajo asedio: poder, violencia y percepción


En el siglo XXI, hablar de asedio no necesariamente remite a ejércitos que cruzan fronteras. En Latinoamérica, países como Colombia y México enfrentan un asedio más sutil, pero no menos efectivo: uno tejido por la influencia externa, las élites locales, la derecha política y los medios de comunicación. Este entramado opera para moldear decisiones políticas, controlar recursos y modelar la percepción ciudadana.

Estados Unidos ha ejercido históricamente presión sobre ambos países, aunque de formas diferentes. En Colombia, la “guerra contra las drogas” y programas como el Plan Colombia han implicado intervención militar, económica y política directa. En México, la influencia estadounidense se traduce más en dependencia económica y presiones sobre migración y seguridad. En ambos casos, esta presencia no busca necesariamente la protección de la población, sino garantizar que los gobiernos actúen conforme a intereses externos y de las élites locales.

Las élites económicas y políticas de cada país juegan un rol crucial en este asedio. Su poder se traduce en control sobre partidos políticos, medios y recursos estatales. Esto les permite alinear decisiones políticas con sus intereses y, muchas veces, con agendas externas, asegurando que cualquier cambio que amenace su posición sea bloqueado o diluido. La derecha política, por su parte, funciona como brazo mediador: justifica la intervención externa, legitima políticas represivas y sostiene la narrativa de la estabilidad y el orden por encima de la justicia social.

Aquí entran en juego los medios de comunicación, que han convertido la exageración de la violencia y los problemas económicos en un instrumento de control social. Cada crimen, cada conflicto o cada caída económica se presenta como un desastre inminente, generando miedo y desconfianza. Esta sobredimensión refuerza la percepción de caos y de incapacidad estatal, mientras invisibiliza los movimientos sociales, las soluciones comunitarias y los avances en derechos humanos. La población, entonces, se encuentra atrapada en un flujo constante de alarma y dependencia de las élites y de las políticas que éstas respaldan.

El resultado es un asedio complejo: la presión externa, las élites locales, la derecha política y los medios trabajan de manera coordinada, aunque no siempre consciente, para mantener un statu quo favorable a sus intereses. La violencia y la crisis económica, más que realidades absolutas, son instrumentos de control, diseñados para limitar la autonomía política y social de la población. Frente a esto, la verdadera resistencia requiere no solo cuestionar a los gobiernos y actores externos, sino también desarrollar pensamiento crítico frente a la narrativa mediática que nos rodea.

En definitiva, Colombia y México no son víctimas de un conflicto militar tradicional, sino de un entramado estratégico de poder. Reconocer esta dinámica es el primer paso para desactivar sus efectos: entender que la guerra no siempre se da con armas, sino con información, miedo y desigualdad.

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