Colombia y México bajo asedio: poder, violencia y percepción
En
el siglo XXI, hablar de asedio no necesariamente remite a ejércitos que
cruzan fronteras. En Latinoamérica, países como Colombia y México
enfrentan un asedio más sutil, pero no menos efectivo: uno tejido por la
influencia externa, las élites locales, la derecha política y los
medios de comunicación. Este entramado opera para moldear decisiones
políticas, controlar recursos y modelar la percepción ciudadana.
Estados
Unidos ha ejercido históricamente presión sobre ambos países, aunque de
formas diferentes. En Colombia, la “guerra contra las drogas” y
programas como el Plan Colombia han implicado intervención militar,
económica y política directa. En México, la influencia estadounidense se
traduce más en dependencia económica y presiones sobre migración y
seguridad. En ambos casos, esta presencia no busca necesariamente la
protección de la población, sino garantizar que los gobiernos actúen
conforme a intereses externos y de las élites locales.
Las
élites económicas y políticas de cada país juegan un rol crucial en
este asedio. Su poder se traduce en control sobre partidos políticos,
medios y recursos estatales. Esto les permite alinear decisiones
políticas con sus intereses y, muchas veces, con agendas externas,
asegurando que cualquier cambio que amenace su posición sea bloqueado o
diluido. La derecha política, por su parte, funciona como brazo
mediador: justifica la intervención externa, legitima políticas
represivas y sostiene la narrativa de la estabilidad y el orden por
encima de la justicia social.
Aquí
entran en juego los medios de comunicación, que han convertido la
exageración de la violencia y los problemas económicos en un instrumento
de control social. Cada crimen, cada conflicto o cada caída económica
se presenta como un desastre inminente, generando miedo y desconfianza.
Esta sobredimensión refuerza la percepción de caos y de incapacidad
estatal, mientras invisibiliza los movimientos sociales, las soluciones
comunitarias y los avances en derechos humanos. La población, entonces,
se encuentra atrapada en un flujo constante de alarma y dependencia de
las élites y de las políticas que éstas respaldan.
El
resultado es un asedio complejo: la presión externa, las élites
locales, la derecha política y los medios trabajan de manera coordinada,
aunque no siempre consciente, para mantener un statu quo favorable a
sus intereses. La violencia y la crisis económica, más que realidades
absolutas, son instrumentos de control, diseñados para limitar la
autonomía política y social de la población. Frente a esto, la verdadera
resistencia requiere no solo cuestionar a los gobiernos y actores
externos, sino también desarrollar pensamiento crítico frente a la
narrativa mediática que nos rodea.
En
definitiva, Colombia y México no son víctimas de un conflicto militar
tradicional, sino de un entramado estratégico de poder. Reconocer esta
dinámica es el primer paso para desactivar sus efectos: entender que la
guerra no siempre se da con armas, sino con información, miedo y
desigualdad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario