Cuando la violencia política se convierte en ciclo.
La
historia de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht no es solo un episodio
del pasado; es un reflejo de un patrón que se repite a lo largo de los
siglos. Asesinar a líderes u opositores para mantener el poder es una
estrategia que muchos gobiernos y grupos poderosos han usado, pero que
nunca tiene justificación ética ni legal.
La
motivación suele ser el miedo: miedo a perder el control, miedo al
cambio, miedo a que nuevas ideas desafíen la autoridad. Para encubrir
este miedo, se inventan justificaciones: “garantizar la estabilidad”,
“proteger la seguridad nacional”, “evitar el caos”. Son narrativas
vacías que intentan disfrazar un crimen de Estado.
Pero
la historia demuestra lo contrario: la represión política no detiene
las ideas, solo las radicaliza. Los asesinatos de líderes opositores
crean mártires, profundizan el resentimiento social y pavimentan el
camino para extremismos aún más violentos.
La
lección que deja este patrón es clara: tolerar la violencia política es
abrir la puerta a ciclos de odio y dictadura. La verdadera estabilidad
solo se logra respetando la vida y la libertad de expresión, incluso de
quienes pensamos que están equivocados.
Rosa
Luxemburgo y Karl Liebknecht murieron por sus ideas, pero su legado
sigue vivo: nos recuerda que la justicia y la democracia no se sostienen
con balas, sino con respeto y debate.
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