lunes, 3 de noviembre de 2025

 “El Gran Show de la Democracia Idiota: Cómo el Sistema Te Convence de Elegir a Tu Propio Amo”


La democracia moderna es el truco de magia más exitoso de la historia.
Un espectáculo brillante.
El sistema te dice:
“¡Sos libre! ¡Podés elegir!”
Pero lo hace mientras sostiene, escondidos detrás de la espalda, dos candidatos fabricados en el mismo laboratorio del poder.

Es como elegir entre Coca-Cola o Pepsi:
una te carcome el estómago, la otra también, pero al menos podés sentir que fuiste un consumidor “libre” al elegir tu veneno preferido.

La gente se emociona cada cuatro años porque “va a cambiar todo”.
¡Qué adorable!
Es como un chico que cree que Papá Noel existe y que esta vez sí le va a traer una bicicleta, aunque el viejo jamás pasó de dejarle un par de medias y un sermón sobre ser agradecido.

Y el sistema se ríe, porque no importa a quién votes:
la corporación siempre gana.

La democracia moderna se convirtió en un reality show donde el pueblo no es protagonista…
es la audiencia.
Y encima una audiencia que manda mensajitos de texto para echar a un participante, creyendo que eso altera el guion.

Elecciones, debates, promesas, jingles:
todo un circo para que sientas que “vos decidís”, cuando en realidad sos apenas el aplauso grabado que hace legitimar el número.

> Si votar sirviera de verdad, no te dejarían hacerlo.

Pero lo mejor —o lo peor— es que el sistema logró entrenar al votante para que ame elegir a su propio verdugo.
Le enseñaron que ser explotado es ser “competitivo”.
Que no tener derechos es “ser moderno”.
Que resignarse es “ser maduro”.
Y que cuestionar es ser un “resentido”.

Un aplauso, por favor:
¡lograron convertir la opresión en una marca aspiracional!

Nos vendieron la precariedad como libertad.
La desigualdad como orden natural.
La renuncia como patriotismo.

¿Y el votante?
Feliz.
Brinda con agua del grifo y dice:
“Esto es mejor que lo que había antes.”

La democracia actual funciona así:

1. Te hacen odiar a un enemigo inventado (la casta, los inmigrantes, los pobres, los no pobres, tu propio vecino).

2. Te venden al verdugo como héroe, porque “él sí se va a animar a poner orden”.

3. Te convencen de que el castigo que te dan es por tu bien, como si fueran esos padres golpeadores que dicen “esto me duele más a mí que a vos”.


Y vos lo creés.
Porque preferís un verdugo con eslogan antes que un sentido crítico que te obligue a pensar.

Pero hay un plot twist todavía más siniestro:
El sistema ya no necesita fraude, ni censura, ni represión.
¿Para qué?
Si logró que la gente se autocensure, se autoexplote y se autoconvenza de que la cadena que lleva al cuello es un collar de libertad.

La democracia-espectáculo es brillante en una cosa:
te da la ilusión de participación para que nunca exijas poder real.

Y ahí está la genialidad:
el esclavo moderno cree que es libre porque una vez cada cuatro años elige el color de su propia celda.

Al final del día, este circo no se sostiene por los poderosos.
Se sostiene porque el público compra entradas una y otra vez, esperando que el payaso deje de pegarles con la silla y les cuente un chiste distinto.

Spoiler:
No va a pasar.
El chiste siempre es el mismo.
Y el chiste siempre es sobre vos.

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