Historia y anacronismo de los concursos de belleza
Si
hoy en día alguien me dice “¡Mira el Miss Universo!”, me siento
transportado a un museo de reliquias de otra época: luces brillantes,
coronas doradas, vestidos deslumbrantes… y cuerpos medidos con regla y
compás. Porque, seamos claros, estos concursos no son un espectáculo de
talento o inteligencia: son una competencia de atributos físicos
empaquetados con sonrisas obligatorias.
Los
concursos de belleza surgieron a principios del siglo XX, impulsados
por la publicidad y el turismo. El Miss America, por ejemplo, nació en
1921 en Atlantic City como una estrategia para atraer visitantes fuera
de temporada. La idea no era celebrar la diversidad, sino mostrar un
ideal muy concreto: joven, blanca, delgada, alta… una mujer que
cumpliera con los estándares de belleza de la clase media-alta
estadounidense de la época. Todo un escaparate de uniformidad estética.
Durante
décadas, estas competencias reforzaron un mensaje claro: el valor de
una mujer se mide por su apariencia. El intelecto, la personalidad o las
capacidades quedaban relegadas a un segundo plano, como accesorios
opcionales de lujo. Hoy, décadas después, los concursos siguen
existiendo, aunque algunos intenten añadir “talento” o “proyectos
sociales” para aparentar modernidad. Pero la esencia no ha cambiado: la
coronación sigue dependiendo de cómo se ve la persona en un vestido de
noche y en traje de baño.
¿Por
qué este espectáculo nos da repulsión a algunos y a otros les sigue
encantando? Porque estamos viendo un vestigio de una época que ya no
encaja con los valores actuales de igualdad y respeto. Es anacrónico:
habla de un mundo donde las mujeres eran evaluadas como vitrinas
ambulantes, y donde la diversidad de cuerpos y culturas simplemente no
tenía cabida. Sin embargo, sigue siendo “aceptado” por tradición, por
nostalgia y, sobre todo, por la maquinaria mediática que lo mantiene
vivo.
En conclusión, los
concursos de belleza son un fósil cultural que sobrevive porque
entretienen, porque venden sueños superficiales y porque la sociedad aún
no ha terminado de cuestionar la relación entre valor humano y
apariencia física. Mirarlos hoy es un acto crítico: nos confrontan con
cuánto hemos avanzado… y cuánto nos falta por cuestionar.
Referencias sugeridas:
Banet-Weiser, S. The Most Beautiful Girl in the World: Beauty Pageants and National Identity.
Cohen, C. Beauty and Power: A Social History of Beauty Contests.
Wolf, N. The Beauty Myth.
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