Todo político tiene que ser hipócrita. La hipócrita máscara no es simplemente una elección, es un instrumento de supervivencia, una condición sine qua non para ascender en un mundo donde los ideales se doblan ante la ambición y la necesidad. Para ascender, todo se vale, pero no basta con la falsedad; hay que ser astuto, medir cada gesto, cada palabra, cada silencio. La astucia es el hilo invisible que conduce a la cima, y tras cada político que triunfa, hay una cauda de desgracias amarradas, de vidas que se han erosionado en secreto, de promesas rotas y sueños triturados.
Antes
de ser Presidente, hay que sufrir y aprender. El aprendizaje, cruel e
implacable, se manifiesta como cicatrices invisibles que enseñan la
complejidad del poder y la fragilidad de los hombres que lo ejercen.
Quien no sufre antes, sufre después, y su aprendizaje se paga con la
sangre, la paciencia y la esperanza de un país entero.
Hemos
venido a la tierra a provocar el combate de las cosas que sólo
quisieran soñar. La realidad es un campo de batalla donde los nombres y
los valores no existen hasta que nosotros los pronunciamos: tú eres el
bien, tú eres el mal, tú eres la felicidad, tú eres la desgracia. Y en
esa lucha, en ese imperativo de nombrar y decidir, se revela la
condición humana: un ser que camina entre máscaras, astucias y desvelos,
y que, sin embargo, continúa creyendo que puede domar la naturaleza de
los hombres y de los sueños.
Porque
gobernar no es un acto de poder, sino un acto de vigilancia sobre los
sueños, sobre lo que duerme y espera, sobre lo que calla hasta que
alguien le da nombre y destino.
Carlos fuentes
No hay comentarios:
Publicar un comentario