Mira, la democracia hoy es como ese restaurante barato que anuncia “comida casera”. Tú entras, hueles el plástico recalentado, pruebas el puré instantáneo y piensas: ¿y la comida casera dónde está?. Pues igual con la democracia: la anuncian, la venden, te hacen repetir el eslogan hasta en el himno… pero en la práctica estás comiendo plutocracia recalentada.
Los
griegos soñaban con el poder del pueblo. Hoy el pueblo tiene poder, sí,
pero solo para cambiar de canal, de marca de refresco o de presidente
que obedece al mismo dueño. Porque la política moderna es como Netflix:
mucho catálogo, pero la historia es siempre la misma. Y, sorpresa, la
producen los mismos millonarios.
Nos
dicen que tu voto cuenta. Claro que cuenta… como propina miserable en
un restaurante de lujo. El verdadero menú lo deciden en las mesas VIP:
banqueros, empresarios, dueños de los medios. Y tú, pueblo democrático,
agradecido porque te dejan meter una papeleta cada cuatro años, como si
eso fuera libertad.
Democracia
hoy significa que puedes elegir al capataz, pero no al dueño de la
hacienda. Puedes cambiar de piloto, pero no de avión. Puedes gritar en
redes, pero la señal la paga un multimillonario que decide qué se vuelve
tendencia.
Y lo más
perverso: todavía se indignan si dices que esto no es democracia. “¿Cómo
te atreves? ¿No ves que puedes votar?” Pues sí, votar… en una lista ya
redactada por los ricos. ¿Sabes qué significa eso? Que el pueblo sigue
siendo extra en la película de la democracia, mientras los millonarios
se quedan con todos los créditos.
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