¡Ah, los vende patrias! Esos seres humanos que deberían tener un detector de ridículo incorporado, pero no: aplauden a Trump como si fuera un mesías enviado del cielo para arreglar lo que ellos mismos destruyeron en su propio cerebro. ¡Sí, aplauden! Con una sonrisa de idiota feliz mientras su país se convierte en el basurero diplomático del imperio.
Ellos no
solo quieren ser el patio trasero de Estados Unidos, no, quieren ser el
jardín trasero donde el vecino imperial pone su parrilla, su música y su
bandera, y ellos bailan felices, como perros entrenados, moviendo la
cola. ¿Soberanía? ¿Historia? ¿Dignidad? Palabras aburridas para alguien
que cree que venderse es “pragmático”.
Y
lo más hermoso de esta tragicomedia: no tienen miedo de la invasión. La
invitarían a la fiesta, servirían el ponche y luego le darían las
llaves de su casa al extranjero, mientras se toman selfies diciendo:
“Miren, somos modernos”. ¡Moderno es otra palabra para idiota con
dinero!
Si Carlin
estuviera aquí, estaría gritando: “No me hables de patriotismo si tu
héroe es el tipo que te quiere aplastar. No me vengas con pragmatismo si
tu plan es besar la bota que te va a pisotear”. Pero ellos no escuchan,
porque su cerebro está en huelga permanente y su corazón, de
vacaciones. Son los payasos tristes de la geopolítica, y su espectáculo
es el circo más vergonzoso que he visto… ¡y encima quieren que paguemos
entrada!
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