Entre Kimmel y la oposición mexicana: la doble moral de la censura
La
noticia de la suspensión del programa de Jimmy Kimmel en Estados
Unidos, tras un comentario incómodo dirigido a una figura de la
ultraderecha, destapó un viejo fantasma: la censura disfrazada de
“protección de la opinión pública”. Lo interesante de este caso no es
solo la medida en sí, sino cómo conecta con la retórica de la oposición
mexicana, que se ha especializado en declararse víctima de persecución y
silencio, aunque sus voces retumben en todos los micrófonos posibles.
En
Estados Unidos, cuando un comediante incomoda al poder económico o
político, no se acude a un debate abierto, se le corta el espacio. Es
una censura velada, que demuestra que la “libertad de expresión” es un
bien sujeto al humor de los poderosos. No importa si se trata de un
programa de sátira, lo que incomoda a los guardianes del discurso
dominante es que alguien desmonte sus mentiras con ironía.
Ahora
bien, en México ocurre un fenómeno curioso: la oposición se queja
constantemente de censura y persecución. Se presentan como héroes del
silencio impuesto, como si vivieran bajo un régimen que les prohíbe
hablar. Sin embargo, los vemos todos los días en noticieros, columnas,
programas de radio y canales de YouTube, repitiendo su narrativa sin
descanso. ¿Dónde está la mordaza? ¿Dónde está la represión?
La
paradoja llega al absurdo cuando esas mismas voces corren a Washington a
“denunciar” que en México no hay libertad de expresión. Se sientan con
congresistas estadounidenses, escriben artículos en The Washington Post o
The New York Times, y ahí, desde la máxima vitrina mediática
internacional, declaran que están silenciados. Es como gritar con
megáfono en una plaza llena: “¡Nadie me deja hablar!”.
El
caso de Kimmel deja en evidencia que la censura real opera de arriba
hacia abajo, con el poder económico y político controlando quién puede
tener un espacio. Mientras tanto, la oposición mexicana utiliza el
discurso de la censura como arma política: no es que los callen, es que
quieren monopolizar la narrativa y presentarse como mártires.
En
conclusión, la censura en Estados Unidos demuestra cómo la libertad de
expresión está condicionada por intereses de poder; en México, en
cambio, la “censura” de la oposición es más una estrategia retórica que
una realidad. Y lo más irónico es que van al mismo país que calla a un
comediante crítico para exigir que los salven de un gobierno que, a
pesar de todo lo que dicen, nunca ha apagado sus micrófonos. Eso,
camarada, sí es de locos.
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