El Doctor Simi y la paradoja de la bata blanca:
Salud barata, médicos precarizados
Farmacias
Similares se ha convertido en un símbolo de acceso popular a la
medicina en México. Su fundador, Víctor González Torres, no pierde
ocasión de repetir que su misión es “dar salud a millones y no hacer
ricos a unos pocos”. Con precios bajos y el simpático muñeco del “Doctor
Simi” bailando en cada esquina, pareciera que se trata de una historia
redonda: medicamentos al alcance de todos, consultas baratas, una
empresa que democratizó el acceso a la salud.
Pero
bajo esa fachada de bienestar colectivo se esconde una contradicción
brutal: la precarización laboral de los médicos que trabajan en las
consultas anexas.
La estrategia del negocio
El
modelo es claro: la consulta cuesta entre 30 y 50 pesos, un precio
simbólico que atrae pacientes. El verdadero negocio no está en la
atención médica, sino en la venta de medicamentos genéricos en la
farmacia contigua. La consulta funciona como gancho comercial, un
mecanismo para dirigir al paciente hacia la compra inmediata.
Por
eso los médicos no son vistos como profesionales esenciales, sino como
engranes reemplazables. Muchos cobran por paciente atendido, sin
prestaciones, sin seguridad social, sin aguinaldo, sin vacaciones
pagadas. El salario promedio es bajo, y la estabilidad laboral
prácticamente inexistente.
La paradoja del discurso
Mientras
la empresa enarbola un discurso humanista —“la salud es un derecho, no
un privilegio”—, aplica hacia adentro la misma lógica que denuncia hacia
afuera: maximización del beneficio a costa del bienestar de las
personas. No se trata de hacer ricos a unos pocos, dice González Torres;
pero sí de mantener pobres a muchos médicos que, paradójicamente, son
los que sostienen el negocio.
La
bata blanca del Doctor Simi es un disfraz alegre de botarga, pero para
los médicos reales la bata representa largas jornadas, incertidumbre
laboral y la invisibilidad de su trabajo.
Impacto social
La
contradicción no es menor. En un país con déficit de médicos y con un
sistema público saturado, las farmacias con consultorio han sido un
alivio para millones de mexicanos que no pueden esperar semanas por una
cita en el IMSS. Pero ese “acceso rápido” tiene un costo invisible:
normalizar que la salud se sostenga en condiciones laborales indignas.
En
términos éticos, se trata de una transferencia de la precariedad: se
abaratan los medicamentos y la consulta para el paciente, pero se
encarece la vida del médico que atiende.
Reflexión final
El
modelo de Farmacias Similares demuestra que es posible reducir los
costos de los medicamentos con eficiencia y poder de compra. Pero al
mismo tiempo revela que en México se puede construir un imperio de la
salud popular sobre los hombros de trabajadores sin derechos.
La
gran pregunta no es si Simi vende barato, sino: ¿qué precio estamos
dispuestos a pagar como sociedad por esa “baratura”? Si la salud de
millones depende de precarizar a quienes curan, entonces quizá no sea
tan cierto que el negocio esté hecho para todos.
Esa es la clave: los médicos de los consultorios anexos a
Farmacias Similares funcionan en la práctica como empleados —atienden
en un local de la empresa, siguen horarios definidos, usan la bata con
el logo, cumplen reglas internas, generan flujo de clientes a la
farmacia— pero jurídicamente se les suele tratar como “prestadores de
servicios independientes”.
Eso permite a la empresa esquivar la Ley Federal del Trabajo:
No pagan IMSS, Infonavit, aguinaldo ni vacaciones.
Les asignan contratos de “honorarios” o esquemas de pago por consulta.
Se
genera la ficción de que “no trabajan para Simi, solo rentan el
espacio”, cuando en realidad hay una relación laboral subordinada.
En
derecho laboral mexicano, los criterios son claros: si hay
subordinación, horario, lugar fijo y supervisión, hay relación de
trabajo. Y si hay relación de trabajo, hay obligación legal de dar
prestaciones. Lo contrario es una simulación.
La
contradicción es enorme: una empresa que se presenta como campeona de
la salud popular precariza a quienes encarnan esa misión, negándoles los
mismos derechos que dice defender para los pacientes. Es un caso claro
de “doble moral corporativa”:
Hacia afuera: discursos de justicia social y acceso universal.
Hacia adentro: explotación normalizada bajo la máscara de eficiencia.
En
los hechos nada justifica que no reciban prestaciones. La
empresa tiene ganancias suficientes, volumen de ventas millonario y una
estructura que sí podría asumir esas cargas laborales. No hacerlo es una
decisión política y económica, no una necesidad.
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