“Antorchas de libertad: el humo del negocio”
Imagínate, que alguien te dice que fumar es libertad. Que cada bocanada
de humo que lanzas al aire es un acto de independencia, un gesto
valiente contra la opresión… y tú piensas: ¡Qué poderosa estoy! Pero
detrás del glamour y la elegancia, lo que en realidad estaba ardiendo
era el bolsillo de un empresario.
En
los años veinte, las mujeres empezaron a caminar por las calles con un
cigarro en la mano, y no era sólo rebeldía: era una estrategia
publicitaria. Las compañías de tabaco vieron un mercado nuevo, un océano
de oportunidades, y dijeron: “¿Por qué dejar que ellos tengan todo el
mercado?”. Así nació la campaña de las “antorchas de libertad”, donde
fumar no era un hábito, sino un símbolo de emancipación. ¿Libertad?
Claro… libertad para enfermar, para depender de la nicotina, para
engrosar las cifras de ventas de unos tipos con corbata que jamás se
preocuparon por tu salud.
El
capitalismo es así, camarada: te vende ideales envueltos en humo. Te
promete modernidad mientras te encadena a un hábito. Te dice que eres
libre mientras mueve sus fichas en su tablero, y tú, sin darte cuenta,
te conviertes en su mejor publicidad. La mujer moderna de los años
veinte no pidió cigarrillos; los recibió envueltos en promesas de
igualdad y glamour.
Y aún
hoy, el patrón se repite: te venden aspiraciones, no productos. Te
venden sueños empaquetados y bien ilustrados. La pregunta es: ¿somos
nosotras realmente libres, o simplemente somos consumidores bien
entrenados en el arte de desear lo que otros inventan?
Porque
la libertad, camarada, no viene en un paquete de papel fino, ni huele a
tabaco. La libertad no necesita anuncios ni slogans. La libertad no se
fuma.
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