viernes, 26 de septiembre de 2025

 Capitalismo, comunismo y el “idiota” político: un examen de la pobreza y la riqueza


Aristóteles, en su obra Política, usa el término “idiota” no en el sentido vulgar moderno, sino para describir a quien no se interesa por los asuntos de la polis, por la vida común y el bien colectivo. En el siglo XXI, ese concepto puede aplicarse a quienes repiten mecánicamente que “el comunismo genera pobreza y el capitalismo riqueza”, sin mirar la realidad concreta de millones de personas.

Tomemos África y Latinoamérica como ejemplos claros: durante décadas, el neoliberalismo y el capitalismo globalizado se implementaron como receta infalible para el desarrollo. En países africanos como Nigeria, Sudáfrica o Egipto, políticas de libre mercado, privatizaciones y apertura a capital extranjero prometieron riqueza y prosperidad. En la práctica, estas políticas concentraron la riqueza en minorías, mientras millones permanecieron en pobreza extrema: más del 40 % en Nigeria, casi 20 % en Sudáfrica.

De hecho, la mayoría de los países africanos sigue enfrentando niveles masivos de pobreza, con porcentajes de población viviendo con menos de 2 dólares al día que superan el 30–40 % en muchos casos. Esto incluye tanto economías grandes como pequeñas, urbanas o rurales; las reformas neoliberales promovidas por organismos internacionales no han logrado erradicar la pobreza ni garantizar bienestar básico generalizado.

En Latinoamérica, lo mismo ocurrió con las reformas neoliberales de los años 80 y 90: México, Chile, Argentina y otros países redujeron inflación o modernizaron sectores de su economía, pero la desigualdad y la pobreza relativa aumentaron. Se exaltaba el crecimiento macroeconómico, mientras se ocultaba que gran parte de la población seguía sin acceso a salud, educación y vivienda digna.

El capitalismo, cuando se mide únicamente en términos de “riqueza total” o crecimiento del PIB, puede parecer exitoso. Pero si miramos la distribución de esa riqueza, el panorama cambia: la concentración extrema en pocas manos y la pobreza masiva reflejan un fracaso social. Los “idiotas” aristotélicos modernos, repitiendo frases simplistas, ignoran estas evidencias. Consideran que el comunismo “fracasa” porque sus ejemplos históricos han tenido problemas económicos, sin ver que en contextos donde el capitalismo puro opera, la pobreza y la desigualdad son estructurales.

No se trata de una defensa ingenua del comunismo ni de demonizar al capitalismo per se. Se trata de cuestionar la narrativa simplista que confunde riqueza visible con prosperidad general, y pobreza temporal con fracaso inevitable. En pocas palabras: el capitalismo neoliberal funciona para quienes ya poseen capital, y condena a millones a la precariedad; el comunismo o sistemas mixtos buscan distribuir más equitativamente, aunque sus ejemplos históricos hayan enfrentado desafíos.

Al final, Aristóteles nos recuerda que la ignorancia de la vida común —la indiferencia hacia el bien colectivo— es peligrosa. Repetir slogans vacíos sobre capitalismo y comunismo es exactamente eso: un acto de idiotez política. Para entender la verdadera relación entre sistemas económicos y bienestar humano, hay que mirar la evidencia concreta, país por país, persona por persona.

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