Capitalismo, comunismo y el “idiota” político: un examen de la pobreza y la riqueza
Aristóteles,
en su obra Política, usa el término “idiota” no en el sentido vulgar
moderno, sino para describir a quien no se interesa por los asuntos de
la polis, por la vida común y el bien colectivo. En el siglo XXI, ese
concepto puede aplicarse a quienes repiten mecánicamente que “el
comunismo genera pobreza y el capitalismo riqueza”, sin mirar la
realidad concreta de millones de personas.
Tomemos
África y Latinoamérica como ejemplos claros: durante décadas, el
neoliberalismo y el capitalismo globalizado se implementaron como receta
infalible para el desarrollo. En países africanos como Nigeria,
Sudáfrica o Egipto, políticas de libre mercado, privatizaciones y
apertura a capital extranjero prometieron riqueza y prosperidad. En la
práctica, estas políticas concentraron la riqueza en minorías, mientras
millones permanecieron en pobreza extrema: más del 40 % en Nigeria, casi
20 % en Sudáfrica.
De
hecho, la mayoría de los países africanos sigue enfrentando niveles
masivos de pobreza, con porcentajes de población viviendo con menos de 2
dólares al día que superan el 30–40 % en muchos casos. Esto incluye
tanto economías grandes como pequeñas, urbanas o rurales; las reformas
neoliberales promovidas por organismos internacionales no han logrado
erradicar la pobreza ni garantizar bienestar básico generalizado.
En
Latinoamérica, lo mismo ocurrió con las reformas neoliberales de los
años 80 y 90: México, Chile, Argentina y otros países redujeron
inflación o modernizaron sectores de su economía, pero la desigualdad y
la pobreza relativa aumentaron. Se exaltaba el crecimiento
macroeconómico, mientras se ocultaba que gran parte de la población
seguía sin acceso a salud, educación y vivienda digna.
El
capitalismo, cuando se mide únicamente en términos de “riqueza total” o
crecimiento del PIB, puede parecer exitoso. Pero si miramos la
distribución de esa riqueza, el panorama cambia: la concentración
extrema en pocas manos y la pobreza masiva reflejan un fracaso social.
Los “idiotas” aristotélicos modernos, repitiendo frases simplistas,
ignoran estas evidencias. Consideran que el comunismo “fracasa” porque
sus ejemplos históricos han tenido problemas económicos, sin ver que en
contextos donde el capitalismo puro opera, la pobreza y la desigualdad
son estructurales.
No se
trata de una defensa ingenua del comunismo ni de demonizar al
capitalismo per se. Se trata de cuestionar la narrativa simplista que
confunde riqueza visible con prosperidad general, y pobreza temporal con
fracaso inevitable. En pocas palabras: el capitalismo neoliberal
funciona para quienes ya poseen capital, y condena a millones a la
precariedad; el comunismo o sistemas mixtos buscan distribuir más
equitativamente, aunque sus ejemplos históricos hayan enfrentado
desafíos.
Al final,
Aristóteles nos recuerda que la ignorancia de la vida común —la
indiferencia hacia el bien colectivo— es peligrosa. Repetir slogans
vacíos sobre capitalismo y comunismo es exactamente eso: un acto de
idiotez política. Para entender la verdadera relación entre sistemas
económicos y bienestar humano, hay que mirar la evidencia concreta, país
por país, persona por persona.
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