La ilusión peligrosa de confiar en el crimen: una reflexión sobre el error de juicio público
Hace unos años,
un comentario en redes sociales generó polémica: una actriz (Kate del Castillo) escribió
que confiaba más en Joaquín “El Chapo” Guzmán que en los gobiernos, y
añadió una súplica para que “traficara con amor”. A primera vista,
podría parecer una declaración provocadora o humorística. Sin embargo,
detrás de estas palabras hay un error profundo de juicio, una
insensibilidad ética y un riesgo social evidente. Este pensamiento es,
sin duda, totalmente equivocado.
Primero,
comparar la credibilidad de un narcotraficante con la de instituciones
gubernamentales refleja una comprensión superficial de la realidad. La
desconfianza hacia los gobiernos es comprensible, especialmente en
contextos donde la corrupción es visible, pero eso no convierte a un
criminal en un referente moral. Joaquín Guzmán ha causado miles de
muertes, secuestros, adicciones y destrucción de comunidades enteras.
Idealizarlo es ignorar el sufrimiento que él mismo generó. La frase
“trafiquemos con amor” trivializa la violencia extrema y revela una
insensibilidad alarmante hacia las víctimas del crimen organizado.
Segundo,
hay un riesgo moral y social evidente. La normalización de figuras
delictivas en discursos públicos tiene un efecto corrosivo sobre los
valores de la sociedad. Cuando alguien famoso coloca a un criminal en un
pedestal, aunque sea en tono humorístico o provocador, legitima
indirectamente la violencia y erosiona la percepción de autoridad y
legalidad. Este tipo de mensajes puede influir especialmente en jóvenes o
personas vulnerables, quienes podrían romantizar el mundo del
narcotráfico y sus actos violentos.
Tercero,
este pensamiento refleja una visión simplista y peligrosa de la
realidad. Crear un contraste entre “buenos” y “malos” y pedir que un
criminal se convierta en “bueno” ignora las consecuencias de sus actos.
La violencia y la ilegalidad no pueden ser neutralizadas por intenciones
o deseos de amor: son hechos concretos que dejan heridas profundas en
la sociedad. La admiración implícita a un narcotraficante borra la
complejidad del daño que ha causado y genera un mensaje erróneo sobre
justicia y moralidad.
En
conclusión, confiar más en un criminal que en un gobierno, aunque exista
desconfianza hacia las instituciones, es un error de juicio grave. Este
tipo de pensamiento ignora la violencia real, erosiona los valores
cívicos y tiene consecuencias sociales peligrosas. La ética pública y la
responsabilidad social exigen que, incluso en redes sociales, se
mantenga claridad moral y conciencia del impacto de las palabras.
Idealizar a quienes han causado sufrimiento no es un acto de rebeldía ni
de crítica al poder; es un gesto de insensibilidad que puede perpetuar
el ciclo de violencia y confusión moral en la sociedad.
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