La historia afecta al presente, no solo por ser lo que existió antes de nuestra época, sino también porque la historia (o, mejor dicho, lo que creemos saber sobre ella) determina nuestras decisiones. Muchas recomendaciones políticas están respaldadas por ejemplos históricos porque no existe nada tan eficaz como los casos reales —exitosos o no— para convencer a la gente. Por ejemplo, quienes promueven el libre comercio siempre señalan que Gran Bretaña y después Estados Unidos llegaron a ser superpotencias económicas mundiales gracias al libre comercio. Si comprendieran que su visión de la historia es incorrecta (como demostraré más adelante), tal vez no pondrían tanto empeño en recomendar esas políticas. Y también les resultaría más difícil convencer a otros. La historia también nos fuerza a cuestionar algunos supuestos que damos por sentados. Cuando uno tiene conocimiento de que muchas cosas que hoy no pueden comprarse ni venderse —seres humanos (esclavos), trabajo infantil, cargos de gobierno— solían ser perfectamente comercializables, deja de pensar que la frontera del «libre mercado» fue trazada por alguna ley científica atemporal y comienza a darse cuenta de que puede ser retrazada. Cuando nos enteramos de que las economías capitalistas avanzadas crecieron más rápido que nunca en la historia entre las décadas de 1950 y 1970, una época de fuertes regulaciones e impuestos altos, enseguida nos volvemos escépticos ante la idea de que, para promover el crecimiento, hay que bajar los impuestos y reducir la burocracia. La historia sirve para resaltar los límites de la teoría económica. La vida es a menudo más extraña que la ficción, y la historia está plagada de experiencias económicas exitosas (a todos los niveles: naciones, empresas, individuos) que no pueden ser explicadas a la perfección por una sola teoría económica. Por ejemplo, si solo leemos The Economist o The Wall Street Journal, de lo único que nos enteraremos es de la política de libre comercio de Singapur y su receptividad a la inversión extranjera. Esto puede llevarnos a concluir que el éxito económico de Singapur es una prueba fehaciente de que el libre comercio y el libre mercado son la mejor receta para el desarrollo económico… hasta que tenemos noticia de que casi toda la tierra en Singapur es propiedad del Estado, de que el 85 por ciento de las viviendas las otorga un organismo estatal (el Housing and Development Board) y de que el 22 por ciento de la riqueza nacional la producen empresas públicas (el promedio internacional ronda el 10 por ciento). No hay un solo tipo de teoría económica —neoclásica, marxista, keynesiana o la que sea— que pueda explicar el éxito de esta combinación de mercado libre y socialismo. Ejemplos como este deberían volvernos más escépticos respecto del poder de las teorías económicas y más cautos a la hora de sacar conclusiones políticas.
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