lunes, 14 de junio de 2021

 Los descendientes de los jabalíes (los cerdos domesticados) heredaron su inteligencia, su curiosidad y sus habilidades sociales. Al igual que los jabalíes, los cerdos domesticados se comunican empleando una rica variedad de señales vocales y olfativas: las madres reconocen los chillidos particulares de sus lechones, mientras que los lechones de dos días ya diferencian las llamadas de su madre de las de otras cerdas. El profesor Stanley Curtis, de la Universidad Estatal de Pennsylvania, adiestró a dos cerdos (de nombres Hamlet y Omelette) a accionar con el hocico una palanca de control especial, y descubrió que los cerdos enseguida empezaron a rivalizar con los primates en capacidad de aprendizaje y con los juegos de ordenador sencillos. Hoy en día, la mayoría de las puercas que viven en granjas industriales no tienen juegos de ordenador. Están encerradas por sus dueños humanos en minúsculos cajones de gestación, que por lo general miden dos metros por sesenta centímetros. Los cajones tienen el suelo de cemento y barras de metal, y apenas permiten que las cerdas preñadas se den la vuelta, duerman acostadas y, por descontado, anden. Después de tres meses y medio en tales condiciones, las cerdas son trasladadas a cajones algo mayores, donde paren y amamantan a sus lechones. Mientras que en la naturaleza los lechones mamarían entre diez y veinte semanas, en las granjas industriales se les desteta a la fuerza entre dos y cuatro semanas después de nacer, se les separa de su madre, y son enviados a engordar para su posterior sacrificio. De inmediato se fecunda a la madre de nuevo y se la envía al cajón de gestación para iniciar otro ciclo. La puerca típica pasará por entre cinco y diez ciclos como este antes de ser sacrificada. En los últimos años, el uso de cajones se ha restringido en la Unión Europea y en algunos estados de Estados Unidos, pero los cajones todavía se emplean de manera generalizada en otros muchos países, y decenas de millones de cerdas reproductoras pasan casi toda la vida en ellos. Los granjeros humanos cuidan de todo lo que la puerca necesita para sobrevivir y reproducirse. Le proporcionan comida, la vacunan contra enfermedades, la protegen contra los elementos y la inseminan artificialmente. Objetivamente, la marrana ya no necesita explorar su entorno, ni socializar con otros cerdos, ni establecer lazos con sus lechones; ni siquiera necesita andar. Pero, subjetivamente, aún siente un impulso imperioso por hacer todo eso, y si dichos impulsos no se satisfacen, sufre mucho. Las puercas encerradas en cajones de gestación tienen típicamente síntomas de frustración aguda alternada con desesperación extrema.  Esta es la lección básica de la psicología evolutiva: una necesidad modelada hace miles de generaciones continúa sintiéndose subjetivamente, aunque en la actualidad ya no sea necesaria para la supervivencia y la reproducción. Trágicamente, la revolución agrícola confirió a los humanos el poder de asegurar la supervivencia y la reproducción de los animales domesticados y obviar a un tiempo sus necesidades subjetivas.

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