lunes, 14 de junio de 2021

 Nunca antes se habían generado tantas expectativas sobre lo que podemos hacer con nuestras vidas. En las sociedades democráticas se supone (al menos en términos ideales) que ya no hay castas, ni jerarquías nobiliarias. El mundo moderno postula que el lugar que cada ciudadano ocupe en la sociedad debe estar basado en el mérito individual. Los medios de difusión y la ideología new age subrayan el ideal del self-made man, que es el de las personas que con ingenio y trabajo logran ocupar un lugar destacado en la sociedad. Pero en numerosos países tenemos un gran espíritu de igualdad en el contexto de una gran desigualdad. Desde que somos niños la sociedad estimula en nosotros deseos y ambiciones, pero a la mayoría les impide realizarlos. Es la razón por la que la envidia se ha convertido en la emoción moderna por excelencia. No envidiamos a la reina de Holanda porque no solemos compararnos con ella. En cambio muchas ex alumnas del colegio Northlands, al que concurrió Máxima Zorreguieta, la argentina que se casó con el príncipe de Holanda, envidian a su ex compañera y le piden que les presente a un buen candidato de la corte. Se envidia al semejante más que a la persona con la que no es posible relacionarse. Por eso la desigualdad es capaz de generar tanta violencia social, y es el factor que más correlaciona con el fenómeno llamado “inseguridad”, tal como evidencian más de cincuenta trabajos científicos. La pregunta “¿Por qué él sí y yo no?” es propia de contextos democráticos, la que hace sentir “pobres” en términos relativos a los ciudadanos de sociedades basadas en el ideal de igualdad. El filósofo Bertrand Russell señala que el espíritu democrático debe haber sido inspirado por la pasión de la envidia, ya que cuando la jerarquía social es inmutable, las clases bajas no envidian a las altas, sencillamente porque la mejora de sus condiciones de vida no está a su alcance. Recientes trabajos experimentales1 en psicología revelan que la sensación de bienestar económico está directamente relacionada con el bienestar económico de los demás. Superado un sueldo mínimo, la mayor parte de las personas prefieren tener un sueldo más bajo y que los demás ganen menos, a tener un sueldo más alto y que los otros -especialmente los próximos- ganen más. Como observó H.L. Mencken, “Un hombre rico es el que gana cien pesos más que el marido de su mujer”. La mayoría de las personas preferirían ganar 50.000$ en un mundo donde otros ganen 25.000, que 100.000 donde otros ganen 250.000.

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