El economista Robert Frank llama bienes posicionales a los comparables con lo que tienen los demás (por ejemplo, el ingreso, el tamaño del auto), y bienes no posicionales a los que son menos comparables con lo que tienen los otros (salud, libertad, pareja). Nos engañamos al creer que los posicionales son más valiosos. Sin embargo, la mayoría de las personas los sobrevaloran. Creen que su vida cambiará cuando asciendan en la carrera y ganen más dinero. Pero los bienes no posicionales auguran una satisfacción más intensa y duradera. Aunque descalifiquemos al colega que deja la carrera para construir botes y vivir pobremente, es probable que sea feliz. Los trabajos científicos sobre el tema evidencian que, cubiertas ciertas necesidades mínimas, rápidamente nos adaptamos a la disminución de los ingresos, y retornamos al nivel previo de felicidad.2 Hoy en día la televisión, los diarios y las revistas les muestran a millones de personas bienes y posibilidades de desarrollo a los que nunca accederán. Cualquiera sea la habilidad que tengamos, es probable que encontremos a muchos que se desempeñen mejor que nosotros. Esto genera envidia y ansiedad por el estatus. En las sociedades democráticas, el bienestar que resulta de una elección depende en una medida considerable de lo que eligen los demás. Alguien puede estar muy contento de pasar sus vacaciones en los lagos de Palermo, pero es probable que no se sienta satisfecho si quienes lo rodean viajan a lugares exóticos y se lo cuentan. Por eso el problema de la inseguridad expresa la tensión entre democracia y desigualdad, y plantea el siguiente interrogante: ¿hasta qué punto podemos hablar de democracia sobrepasados ciertos niveles de desigualdad?
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