Todo préstamo tiene un prestamista por voluntad propia y un prestatario por voluntad propia; se supone que los bancos son expertos en finanzas, que conocen la cuantía de la deuda a la que pueden hacer frente los individuos. Pero un sistema financiero distorsionado ponía más énfasis en las comisiones iniciales, que se reflejaban rápidamente en la cuenta de resultados del banco, que en las pérdidas que podían producirse más adelante. Envalentonados por la nueva ley de quiebras, tenían la sensación de que de alguna forma iban a poder exprimirle todo el dinero a sus incautos prestatarios, pasara lo que pasara con el mercado de la vivienda y con el desempleo. Esa política crediticia irresponsable, combinada con prácticas engañosas, y a veces con tipos de interés usurarios, ha colocado a muchas familias al borde de la ruina económica. A pesar de las denominadas reformas, los bancos siguen cobrando unos tipos de interés próximos al 30 por ciento anual (lo que significa que una deuda de 100 dólares puede aumentar hasta los 1.000 en el breve plazo de nueve años). Y además de eso, los bancos pueden cobrar unas comisiones asfixiantes. Aunque se ha puesto coto a algunos de los peores abusos, como los relacionados con los descubiertos en las cuentas corrientes (que generaban literalmente miles de millones de dólares al año en beneficios, un dinero que salía de los bolsillos de los ciudadanos corrientes), sigue habiendo muchos abusos.
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