viernes, 28 de mayo de 2021

 Los oligarcas estadounidenses, a diferencia de sus homólogos de otros países como Ucrania o Rusia, son de un tipo «no gobernante», ya que se contentan con mantener una burocracia pública, un Estado de derecho y un gobierno elegido, gestionado por políticos profesionales. Pero esto no significa que no se involucren en la política interna de su país, a fin de, como mínimo, mantener las condiciones óptimas para fomentar la acumulación y conservación futura de su riqueza. Actualmente el «poder material» de los oligarcas estadounidenses ha alcanzado unas dimensiones que favorecen la reproducción de la desigualdad económica subyacente a despecho de la democracia política, porque permite a los superricos comprar mayorías políticas y legitimidad social, las primeras mediante contribuciones a campañas de todo tipo43 y la segunda mediante operaciones filantrópicas que cubren en parte las lagunas existentes en la provisión pública, que resultan de la escasa financiación que reciben los servicios públicos después de que las fortunas oligárquicas hayan eludido los impuestos a raíz de la globalización y con la ayuda de sus amigos en el gobierno44. Las elites oligárquicas, tal como muestra Winters, aunque pueden estar en desacuerdo en casi todo lo demás, están firmemente unidas en su deseo de preservar su riqueza, y pueden permitirse emplear a toda una pléyade altamente sofisticada de abogados, especialistas en relaciones públicas, cabilderos, políticos activos y retirados, y grupos de reflexión e ideólogos de todo tipo, incluyendo departamentos de economía universitarios completos, que constituyen todo una «industria de defensa de la riqueza»

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