La incorporación de las mujeres hacia el mercado de trabajo aumentó enormemente la oferta de mano de obra en las economías capitalistas, en un momento en que el trabajo y las demandas de subidas salariales y mejores condiciones laborales se habían convertido en un cuello de botella para la continua acumulación de capital. A medida que aumentó la participación de la mujer, la afiliación sindical disminuyó, el desempleo se volvió endémico, las huelgas se «desvanecieron» y se alivió la presión de los salarios sobre los beneficios. Por regla general, los empresarios consiguieron reclutar a las mujeres como aliados en una lucha por la desregulación del empleo, ya que ambos tenían razones para apoyar mercados de trabajo «flexibles», que permitieran a los «que estaban fuera», típicamente mujeres, competir eficazmente con los que «estaban dentro», típicamente hombres36. En el transcurso de la liberalización de los mercados y de la vida social, la abolición del salario familiar coincidió con unas relaciones familiares cada vez más precarias, que hicieron que el empleo asalariado, incluso en unas condiciones de deterioro, fuera una necesidad económica para las mujeres, incluyendo al creciente número de mujeres solteras con niños. El resultado fue y sigue siendo nuevas presiones sobre los salarios y las condiciones de trabajo. No obstante, a medida que el empleo asalariado se convertía en una condición esencial para la autonomía personal y la estima social, el abandono de la familia por parte de las mujeres y su entrada en el mercado proporcionó a los empresarios una oleada de incorporaciones a la fuerza laboral y un amplio suministro de complacientes trabajadoras contentas de conseguir un empleo. Culturalmente, el resultado fue una asombrosa rehabilitación del empleo asalariado en comparación con la década de 1960, que pasó de ser una despreciada servidumbre industrial («trabajo dependiente») a considerarse un deseado privilegio social. Gradualmente, los lugares de trabajo empezaron a reemplazar a la familia y a la comunidad local como los espacios centrales de integración social, transformándose, entre otras cosas, en los mercados matrimoniales más importantes de la sociedad.
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