viernes, 28 de mayo de 2021

 Como hemos visto, la derecha ha logrado convencer a muchos estadounidenses para que apoyen unas políticas que no van en su propio interés. El impuesto sobre sucesiones, que grava a quienes tienen grandes patrimonios que se transmiten a sus herederos, es el ejemplo por antonomasia. Los críticos del impuesto sobre sucesiones lo califican de un impuesto sobre la muerte y sugieren que es injusto gravar el fallecimiento. En virtud de la ley actual, el impuesto se recauda únicamente sobre las cantidades heredadas que superen la cuantía de 5 millones de dólares (habitualmente, 10 millones de dólares para un matrimonio), de forma que es poco probable que la mayoría de estadounidenses se vea nunca afectada por el impuesto, a pesar de su concepto excesivamente optimista de la movilidad en la sociedad estadounidense. Sin embargo, teniendo en cuenta la concentración de la riqueza en nuestra sociedad, el impuesto puede recaudar una gran cantidad de dinero. Por añadidura, en teoría, una sociedad «justa» tendría que poner, de partida, a todo el mundo sobre un terreno de juego llano. Ya sabemos que eso es imposible; pero el impuesto está concebido para limitar el alcance de la desigualdad «heredada» a fin de crear un terreno de juego ligeramente más nivelado. Debería ser obvio que el impuesto interesa a la mayoría de estadounidenses, y sin embargo, la derecha ha convencido a mucha gente para que se oponga al gravamen, en contra de sus propios intereses. En 2010, durante un breve periodo, el impuesto estuvo totalmente derogado como consecuencia de las bajadas de impuestos aprobadas en 2001 por la Administración de George W. Bush. La derecha habla de lo mucho que afecta el impuesto a las pequeñas empresas, y sin embargo, la inmensa mayoría de pequeñas empresas son demasiado pequeñas para que les afecte; y las disposiciones incluidas en la ley permiten dilatar el pago a lo largo de catorce años, precisamente para que no resulte perjudicia

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