La globalización ha trasladado los talleres de trabajo esclavo que Marx y Engels, así como los inspectores de trabajo del siglo XIX, habían conocido en Manchester, a la periferia capitalista, fuera del campo de visión de la aristocracia obrera que habita hoy día los centros del sistema de producción capitalista contemporáneo. Así, los superexplotados trabajadores y trabajadoras de hoy y los trabajadores y trabajadoras de clase media de los países del capitalismo «avanzado» están tan alejados espacialmente unos de otros que nunca se cruzan, no hablan el mismo idioma y nunca experimentan juntos la comunidad y la solidaridad que brotan de una acción colectiva conjunta. Los expuestos a esa explotación que a los trabajadores de «Occidente» se les dice que ha sido erradicada por el progreso capitalista se están convirtiendo en objetos de caridad en el mejor de los casos, mientras que el estilo de vida consumista de la clase media occidental, y también de buena parte de su clase obrera, depende de los bajos salarios y de las bárbaras condiciones de trabajo del mundo «en vías de desarrollo». Al mismo tiempo, al comprar teléfonos inteligentes o camisetas baratas, los trabajadores de los países capitalistas ricos ejercen presión como consumidores sobre sí mismos como productores, acelerando el traslado de la producción al extranjero (externalización) y deteriorando así sus propios salarios, condiciones de trabajo y empleo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario