El capitalismo liberal del siglo XIX tuvo que hacer frente a un movimiento obrero revolucionario y domesticarlo políticamente mediante una compleja combinación de represión y cooptación, que incluía la participación democrática en el poder y la reforma social. A principios del siglo XX, el capitalismo tuvo que servir a los intereses nacionales en guerras internacionales, convirtiéndose así en un servicio público bajo los regímenes de planificación de una nueva economía de guerra, ya que la propiedad privada y la mano invisible del mercado parecían insuficientes para suministrar las capacidades colectivas que los países necesitaban para prevalecer en los conflictos bélicos internacionales. Después de la Primera Guerra Mundial, la restauración de una economía liberal-capitalista no produjo un orden social viable y cedió el paso en buena parte del mundo industrializado al comunismo o al fascismo, mientras que en los países centrales de lo que se iba a conocer como «Occidente» el capitalismo liberal fue gradualmente sustituido, tras la Gran Depresión, por el capitalismo keynesiano administrado por el Estado. De ahí nació el capitalismo del Estado democrático del bienestar de las tres primeras décadas de posguerra, que retrospectivamente resultaron ser el único periodo en el que coexistieron bajo el capitalismo el crecimiento económico y la estabilidad social y política logrados mediante la democracia, al menos en los países de la OCDE donde el capitalismo llegó a recibir el calificativo de «avanzado».
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