viernes, 28 de mayo de 2021

 Las tensiones y contradicciones presentes en la configuración político-económica capitalista propician como un resultado siempre posible la quiebra estructural y la crisis social del sistema. La estabilidad económica y social bajo el capitalismo moderno debe asegurarse en un contexto de turbulencia sistémica4 producida por la competencia y la expansión, que se hallan en un difícil equilibrio y conocen un resultado siempre incierto. Su éxito depende, entre otras cosas, de la oportuna aparición de un nuevo paradigma tecnológico o del desarrollo de necesidades y valores sociales que complementen las necesidades cambiantes de un crecimiento económico continuo. Por ejemplo, para la gran mayoría de sus miembros, una sociedad capitalista debe arreglárselas para convertir el temor siempre presente de quedar apartado del proceso productivo, debido a la reestructuración económica o tecnológica, en la aceptación de una distribución altamente desigual de la riqueza y el poder generados por la economía capitalista y una creencia en la legitimidad del capitalismo como orden social. Para eso se necesitan dispositivos institucionales e ideológicos muy complicados e inevitablemente frágiles. Lo mismo ocurre con la conversión de trabajadores inseguros –para asegurar su obediencia– en consumidores confiados que cumplan alegremente sus obligaciones sociales de consumo, incluso frente a la incertidumbre fundamental de los mercados de trabajo y empleo

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