Alain Finkielkraut nos recuerda, en un libro reciente, qué puede suceder cuando se silencian las consideraciones éticas, cuando se acaba la empatía y se derriban las últimas barreras de la moral:
La violencia nazi fue ejercida no porque gustara, sino por respeto al deber; no por sadismo, sino por virtud; no entregándose al placer, sino siguiendo un método; no dando rienda suelta a impulsos salvajes y abandonando escrúpulos, sino en nombre de valores superiores, con competencia profesional y teniendo siempre presente la tarea por cumplir [80] .
Corresponde agregar que esa violencia se cometió en medio del ensordecedor silencio de gente que se consideraba decente y ética y, sin embargo, no veía por qué las víctimas de la violencia —a quienes se había dejado de contar, desde hacía tiempo, entre los miembros de la familia humana— merecían su compasión. Parafraseando a Gregory Bateson: una vez que la pérdida de solidaridad moral se combina con una avanzada tecnología para eliminar todo lo que pueda considerarse irritante, «su probabilidad de supervivencia será la de una bola de nieve en el infierno [81] ». Cuando las soluciones racionales para los problemas irritantes se suman a la indiferencia moral, se obtiene una mezcla explosiva. Posiblemente muchos seres humanos desaparezcan en esa explosión; pero la víctima principal será la humanidad de los que se salvaron de la muerte.
No hemos llegado a ese punto todavía. Pero no falta tanto. No neguemos esta perspectiva como si se tratara de una profecía apocalíptica más, olvidada antes de ser sometida a comprobación. O tendremos que pedir perdón después, demasiado tarde, por no habernos dado cuenta cuando todo era, todavía, apenas lo que es hoy: una amenazadora perspectiva para el futuro. Afortunadamente para la humanidad, la historia está plagada de profecías que jamás se cumplieron. Pero muchos crímenes —y quizá los más horrendos de la historia— se produjeron porque no apareció a tiempo una advertencia o por la complaciente incredulidad de quienes no quisieron escuchar el llamado de alerta. Hoy, como en el pasado, la elección es nuestra.
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