La Seguridad como Espectáculo: Cuando la Derecha Confunde Mano Dura con Inteligencia
En los últimos años, en América Latina y en varias partes del mundo, la derecha más conservadora ha hecho de la “seguridad pública” su bandera política favorita. Pero no una seguridad entendida como prevención, justicia social o fortalecimiento institucional, sino una versión simplificada y emocional: la “mano dura”. Es decir, el uso espectacularizado de la fuerza, la militarización de las calles y operativos violentos que buscan proyectar autoridad, aunque no resuelvan nada.
El reciente operativo en Río de Janeiro, bajo el gobierno del bolsonarista Cláudio Castro, es un ejemplo más de esta lógica: una intervención policial de alto impacto mediático y nulo impacto estratégico. Hubo muertos, heridos, terror entre los habitantes de la favela… pero los líderes del crimen organizado ni siquiera estaban ahí. Un show represivo más para alimentar la narrativa de fuerza, mientras la raíz del problema sigue intacta.
La fórmula de siempre: miedo + fuerza = votos
La derecha dura ha descubierto que el miedo es políticamente rentable.
Cuando la población tiene angustia por la inseguridad, muchos disminuyen su demanda de democracia, derechos o debate, y comienzan a pedir “a gritos” un puño sobre la mesa. Esa es la oportunidad de oro para los líderes autoritarios.
El método es casi una plantilla:
1. Se exagera el discurso del caos (“vivimos en guerra”, “los criminales están tomando el país”).
2. Se presenta la represión como única solución.
3. Se ejecutan operativos ruidosos, filmados, con uniformes, helicópteros, armas y conferencias de prensa.
4. Se muestra cualquier cantidad de muertos como un triunfo, sin preguntar quiénes eran.
5. Si alguien critica, se le acusa de “defender delincuentes”.
El resultado: sensación de control, no control real.
Mano dura: eficiente para la tele, inútil para la realidad
La operación en Río tenía todos los ingredientes del fracaso anunciado:
Sin inteligencia previa sólida
Sin estrategia para evitar víctimas civiles
Sin coordinación estratégica con políticas sociales
Sin consecuencias para los jefes criminales
Y aun así será descrita como un “éxito”. Porque el objetivo no era reducir el crimen, sino producir una escena para el electorado.
Es el equivalente político de quemar la casa para matar una cucaracha y luego salir a presumir que “el problema está resuelto”.
El patrón internacional
Brasil no es excepción.
La derecha autoritaria —desde Bukele, pasando por Bolsonaro, Milei o ciertos sectores del PAN en México— comparte esta visión de seguridad:
El pobre es sospechoso
La favela, el barrio o la periferia es zona de “enemigos”
Derechos humanos son “obstáculo”
Policías y militares son “héroes incuestionables”
Esa narrativa funciona porque simplifica el problema: si la inseguridad es culpa de “los malos”, entonces basta con exterminarlos. Así se evita discutir las causas reales: pobreza, desigualdad, corrupción, sistemas judiciales podridos, ausencia del Estado y economía del narco.
La mano dura no transforma: solo aplasta para la foto.
¿Por qué fracasa esta política?
Porque el crimen organizado no es una banda improvisada, es una estructura.
Para desmantelarlo se necesita:
Inteligencia financiera
Infiltración
Reforma policial
Inversión social
Prevención para jóvenes
Desmilitarización del discurso
La derecha autoritaria no quiere eso. Requiere esfuerzo, reflexión y resultados graduales. No sirve para campaña.
La represión, en cambio, es rápida, vistosa y simplifica la realidad en un guion fácil: “yo te protejo y elimino a los malos”.
El costo humano
La pregunta es: ¿quién paga la factura de esta política?
No los criminales de élite.
No los gobernantes.
No los policías de alto rango.
La paga la gente común, la que vive en las favelas, los barrios y las comunidades que el Estado solo visita cuando llega armado.
Mueren inocentes, crece el resentimiento, se reproduce la violencia y los grupos criminales regresan más fuertes.
Es un círculo que alimenta al crimen… y al político que promete “más mano dura”.
El único ganador es el discurso que justifica el autoritarismo.
Lo que ocurrió en Río no fue un error aislado, sino parte de un método político: el uso de la violencia del Estado como propaganda. La derecha autoritaria ha convertido la seguridad en espectáculo electoral. La pregunta no es si funcionará, sino cuántas vidas más costará sostener ese teatro.
Tarde o temprano, tendremos que elegir:
¿queremos seguridad real o solo el consuelo falso de ver a alguien caer bajo las balas del Estado?
La primera requiere inteligencia.
La segunda exige solo brutalidad.
La derecha dura ya eligió. La sociedad aún está a tiempo de decidir distinto.
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