sábado, 20 de septiembre de 2025

 "Salvo que puedas permitírtelo, a partir de una edad es muy importante que no se note (o no se note demasiado) que no sabes qué hacer con tu vida".

"Diario de K", Karmelo C. Iribarren


La presión social de “tener claro el rumbo”. Cuando eres joven, se da por hecho que puedes estar perdido, experimentando, probando cosas. Pero cuando pasa el tiempo, la sociedad espera que ya tengas respuestas: trabajo estable, proyectos definidos, cierta “seriedad”.

El “salvo que puedas permitírtelo” es un guiño ácido: si eres rico, excéntrico o un genio reconocido, da igual que no sepas qué hacer con tu vida; incluso se vuelve parte del encanto. Pero si no, se convierte en un estigma.

La gracia está en el contraste entre lo íntimo (la duda, la confusión vital, que todos sentimos) y lo público (la necesidad de “parecer resuelto” para no quedar mal). Como si la vida adulta fuera más una actuación convincente que una certeza real.

Es un retrato muy directo de cómo vivimos esa impostura. En el fondo, Iribarren está diciendo: no pasa nada por no saber, lo que importa es que los demás no lo noten demasiado. Y ese absurdo es lo que lo hace cómico.


Mira, la frase de Iribarren es brutal porque desnuda el teatro de la vida adulta. La sociedad te dice: “A cierta edad ya deberías saber qué hacer con tu vida”. ¿Quién lo dice? ¿El mismo sistema que fabrica empleos de mierda, hipotecas imposibles y crisis económicas cada diez años?

El truco está en esa parte: “salvo que puedas permitírtelo”. Porque claro, si eres millonario, artista consagrado o hijo de papá, puedes andar por el mundo diciendo: “No sé qué hacer con mi vida, estoy explorando”. Y todos aplauden tu “búsqueda espiritual”. Pero si eres un cabrón de a pie, con renta que pagar y la nevera medio vacía, de repente esa misma frase suena a fracaso.

Es una farsa de estatus: la incertidumbre solo es romántica si tienes dinero. Si no, es un problema social. Lo que realmente te piden no es que tengas rumbo, sino que finjas tenerlo. Que camines derechito, como si supieras, aunque por dentro estés igual de perdido que todos.

Y ahí está la comedia: somos adultos disfrazados de adultos. Un ejército de impostores que ensayan su papel cada mañana en el espejo antes de salir a “ser alguien”.



No hay comentarios:

Publicar un comentario