lunes, 15 de septiembre de 2025

 El poder reside donde los hombres creen que reside


Imagina por un momento que te encuentras frente a un castillo imponente. Sus muros parecen invencibles, sus puertas infranqueables. Pero, ¿qué pasaría si todos los que lo defienden dejasen de creer que es inexpugnable? Lo que parecía sólido se desmorona, casi sin esfuerzo. Esa es la naturaleza del poder: no está en el trono, en el billete, ni en el fusil; está donde la gente cree que está.

Cuando la fe colectiva destruye lo que parecía invencible

En la Francia de 1789, la monarquía absoluta se consideraba eterna. Luis XVI y sus cortesanos confiaban en el poder divino del rey. Sin embargo, la población comenzó a cuestionarlo: ideas de libertad, igualdad y fraternidad prendieron en la sociedad. La monarquía perdió legitimidad y, casi sin un ejército que lo defendiera, se derrumbó.

Algo similar ocurrió con el Muro de Berlín en 1989. La Alemania Oriental parecía controlada por un sistema invencible, sostenido por vigilancia y propaganda. Pero cuando las personas dejaron de creer en esa autoridad, la pared se cayó, no solo como símbolo, sino como estructura tangible del poder.

Incluso en la economía global, el dólar estadounidense demuestra que el poder depende de la confianza colectiva. Un simple papel no tendría valor si millones dejaran de creer en su respaldo económico. El poder económico, como el político, existe porque las sociedades lo reconocen.

Cuando la creencia sostiene lo injusto

No todo poder es noble. Muchas veces, la fe colectiva sostiene sistemas dañinos:

El Imperio Romano tardío sobrevivió décadas gracias a la lealtad simbólica de sus ciudadanos, a pesar de la corrupción y la decadencia interna.

El régimen nazi ascendió porque millones creyeron en Hitler y su ideología, lo que permitió atrocidades masivas hasta que la derrota y la verdad rompieron esa fe.

Las dictaduras latinoamericanas del siglo XX se sostuvieron por décadas porque la población, presionada por miedo y propaganda, aceptaba la autoridad como inevitable.

Los sistemas financieros modernos dependen de la confianza pública; una crisis de fe puede derrumbar bancos y gobiernos que parecían invencibles.


Reflexión final

El poder, aunque parezca sólido, vive y muere en la mente de quienes lo reconocen. Esto significa que la verdadera fuerza está en la percepción colectiva: puede sostener lo justo o prolongar lo injusto. Y desde esta perspectiva, cada persona tiene un papel crucial: cuestionar, desconfiar, imaginar alternativas y actuar. Porque cuando la fe cambia, incluso los poderes más temibles se desploman.

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