El poder reside donde los hombres creen que reside
Imagina
por un momento que te encuentras frente a un castillo imponente. Sus
muros parecen invencibles, sus puertas infranqueables. Pero, ¿qué
pasaría si todos los que lo defienden dejasen de creer que es
inexpugnable? Lo que parecía sólido se desmorona, casi sin esfuerzo. Esa
es la naturaleza del poder: no está en el trono, en el billete, ni en
el fusil; está donde la gente cree que está.
Cuando la fe colectiva destruye lo que parecía invencible
En
la Francia de 1789, la monarquía absoluta se consideraba eterna. Luis
XVI y sus cortesanos confiaban en el poder divino del rey. Sin embargo,
la población comenzó a cuestionarlo: ideas de libertad, igualdad y
fraternidad prendieron en la sociedad. La monarquía perdió legitimidad
y, casi sin un ejército que lo defendiera, se derrumbó.
Algo
similar ocurrió con el Muro de Berlín en 1989. La Alemania Oriental
parecía controlada por un sistema invencible, sostenido por vigilancia y
propaganda. Pero cuando las personas dejaron de creer en esa autoridad,
la pared se cayó, no solo como símbolo, sino como estructura tangible
del poder.
Incluso en la
economía global, el dólar estadounidense demuestra que el poder depende
de la confianza colectiva. Un simple papel no tendría valor si millones
dejaran de creer en su respaldo económico. El poder económico, como el
político, existe porque las sociedades lo reconocen.
Cuando la creencia sostiene lo injusto
No todo poder es noble. Muchas veces, la fe colectiva sostiene sistemas dañinos:
El
Imperio Romano tardío sobrevivió décadas gracias a la lealtad simbólica
de sus ciudadanos, a pesar de la corrupción y la decadencia interna.
El
régimen nazi ascendió porque millones creyeron en Hitler y su
ideología, lo que permitió atrocidades masivas hasta que la derrota y la
verdad rompieron esa fe.
Las
dictaduras latinoamericanas del siglo XX se sostuvieron por décadas
porque la población, presionada por miedo y propaganda, aceptaba la
autoridad como inevitable.
Los
sistemas financieros modernos dependen de la confianza pública; una
crisis de fe puede derrumbar bancos y gobiernos que parecían
invencibles.
Reflexión final
El
poder, aunque parezca sólido, vive y muere en la mente de quienes lo
reconocen. Esto significa que la verdadera fuerza está en la percepción
colectiva: puede sostener lo justo o prolongar lo injusto. Y desde esta
perspectiva, cada persona tiene un papel crucial: cuestionar,
desconfiar, imaginar alternativas y actuar. Porque cuando la fe cambia,
incluso los poderes más temibles se desploman.
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