Correlación no implica causalidad
En
tiempos donde las redes sociales y los noticieros lanzan cifras como si
fueran balas, conviene recordar una verdad básica: la correlación no
implica causalidad. Que dos fenómenos ocurran juntos no significa que
uno cause al otro.
Un
ejemplo clásico es el de los helados y los ahogamientos. En verano ambos
aumentan: la gente compra más helados y también se registran más
accidentes en el agua. ¿Significa que comer helado provoca ahogarse? No.
La causa real es el calor: hace que la gente compre helados y, al mismo
tiempo, salga a nadar.
Otro
caso curioso es el de las cigüeñas y los nacimientos en zonas rurales
de Europa. Durante mucho tiempo se observó que donde había más cigüeñas,
también nacían más bebés. La superstición parecía confirmada, pero la
explicación era más sencilla: en el campo había espacio para cigüeñas y
también familias más numerosas.
Así
funciona con muchos datos que se usan en política o en la vida
cotidiana. Por ejemplo, se dice que “las ciudades con más policías son
más violentas”. La correlación está ahí, pero el sentido causal no es
que los policías generen delitos, sino que las zonas con más crímenes
atraen más policías.
Los
datos, sin análisis serio, pueden convertirse en trampas. Hoy cualquiera
saca un gráfico y lo presenta como verdad absoluta. Pero la correlación
puede ser solo un espejismo, una coincidencia estadística. La
causalidad, en cambio, exige ir más profundo: investigar variables
ocultas, mirar contextos, hacer preguntas incómodas.
En
un mundo saturado de números, la lección es clara: desconfiemos de las
conclusiones fáciles. La realidad casi nunca se reduce a una línea recta
entre causa y efecto.
Y
si de veras la correlación implicara causalidad, entonces podríamos
concluir que el aumento de los teléfonos inteligentes ha causado el
aumento de la estupidez humana. Y aunque parezca tentador creerlo… la
cosa es un poco más complicada.
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