La teoría del shock: cómo el trauma colectivo abre la puerta al control económico
Naomi
Klein, en La doctrina del shock, plantea una idea perturbadora: las
crisis no son únicamente tragedias inevitables de la historia, sino
también oportunidades políticas calculadas. En ellas, los ciudadanos se
encuentran aturdidos, confundidos y vulnerables, tal como un paciente
sometido a una descarga eléctrica en un experimento psiquiátrico. Ese
estado de shock se convierte en terreno fértil para la imposición de
medidas económicas que, en tiempos de normalidad, despertarían rechazo y
resistencia.
La raíz de
esta teoría está en la analogía con los experimentos de tortura y
manipulación psicológica. Cuando un individuo es llevado al límite del
dolor y la desorientación, su voluntad de resistir se quiebra. Lo mismo
ocurre con las sociedades. Un golpe de Estado, un ataque terrorista, una
catástrofe natural o un colapso financiero dejan a los pueblos en un
estado de parálisis. Es en ese intermedio, entre el miedo y la
incertidumbre, donde los arquitectos del neoliberalismo —inspirados en
la Escuela de Chicago y el pensamiento de Milton Friedman— aprovechan
para reconfigurar el orden económico y político.
El
shock funciona entonces como una estrategia de poder. No se trata
solamente de aprovechar el desastre, sino de acelerarlo, moldearlo y, en
algunos casos, incluso provocarlo para generar el terreno propicio.
Klein cita numerosos ejemplos históricos: desde el golpe militar en
Chile hasta la ocupación de Irak, pasando por el huracán Katrina en
Nueva Orleans. En todos ellos, el patrón se repite: primero la
devastación, después la privatización.
El
impacto ético de esta teoría es demoledor. Nos obliga a ver la historia
reciente bajo otra luz: no como una secuencia de crisis inevitables,
sino como escenarios utilizados por élites económicas y políticas para
hacer avanzar una agenda de concentración de la riqueza y debilitamiento
del Estado social. El shock ya no es un accidente, sino un instrumento.
El
mayor desafío, entonces, es la conciencia. Una sociedad informada y
organizada es menos manipulable, incluso en momentos de dolor colectivo.
El antídoto contra la doctrina del shock no está en evitar los
desastres —algo imposible en un mundo complejo—, sino en construir
comunidades capaces de resistirlos sin ceder su soberanía. La memoria
histórica, la solidaridad y la participación democrática son las
defensas frente a la estrategia del trauma.
Klein
nos deja una advertencia que sigue vigente: mientras el pueblo esté
aturdido, el poder avanzará sin resistencia. La tarea es despertar antes
de que la próxima crisis se convierta en la próxima excusa.
Referencia bibliográfica
Klein, N. (2007). La doctrina del shock: el auge del capitalismo del desastre. Barcelona: Paidós.
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