sábado, 20 de septiembre de 2025

La teoría del shock: cómo el trauma colectivo abre la puerta al control económico

Naomi Klein, en La doctrina del shock, plantea una idea perturbadora: las crisis no son únicamente tragedias inevitables de la historia, sino también oportunidades políticas calculadas. En ellas, los ciudadanos se encuentran aturdidos, confundidos y vulnerables, tal como un paciente sometido a una descarga eléctrica en un experimento psiquiátrico. Ese estado de shock se convierte en terreno fértil para la imposición de medidas económicas que, en tiempos de normalidad, despertarían rechazo y resistencia.

La raíz de esta teoría está en la analogía con los experimentos de tortura y manipulación psicológica. Cuando un individuo es llevado al límite del dolor y la desorientación, su voluntad de resistir se quiebra. Lo mismo ocurre con las sociedades. Un golpe de Estado, un ataque terrorista, una catástrofe natural o un colapso financiero dejan a los pueblos en un estado de parálisis. Es en ese intermedio, entre el miedo y la incertidumbre, donde los arquitectos del neoliberalismo —inspirados en la Escuela de Chicago y el pensamiento de Milton Friedman— aprovechan para reconfigurar el orden económico y político.

El shock funciona entonces como una estrategia de poder. No se trata solamente de aprovechar el desastre, sino de acelerarlo, moldearlo y, en algunos casos, incluso provocarlo para generar el terreno propicio. Klein cita numerosos ejemplos históricos: desde el golpe militar en Chile hasta la ocupación de Irak, pasando por el huracán Katrina en Nueva Orleans. En todos ellos, el patrón se repite: primero la devastación, después la privatización.

El impacto ético de esta teoría es demoledor. Nos obliga a ver la historia reciente bajo otra luz: no como una secuencia de crisis inevitables, sino como escenarios utilizados por élites económicas y políticas para hacer avanzar una agenda de concentración de la riqueza y debilitamiento del Estado social. El shock ya no es un accidente, sino un instrumento.

El mayor desafío, entonces, es la conciencia. Una sociedad informada y organizada es menos manipulable, incluso en momentos de dolor colectivo. El antídoto contra la doctrina del shock no está en evitar los desastres —algo imposible en un mundo complejo—, sino en construir comunidades capaces de resistirlos sin ceder su soberanía. La memoria histórica, la solidaridad y la participación democrática son las defensas frente a la estrategia del trauma.

Klein nos deja una advertencia que sigue vigente: mientras el pueblo esté aturdido, el poder avanzará sin resistencia. La tarea es despertar antes de que la próxima crisis se convierta en la próxima excusa.

Referencia bibliográfica

Klein, N. (2007). La doctrina del shock: el auge del capitalismo del desastre. Barcelona: Paidós.




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