Caciques familiares: el poder no es un juguete, pero ellos lo tratan como tal
Miren,
no sé ustedes, pero yo estoy harto de que la política sea el
Disneylandia de los caciques familiares. Resulta que ahora tenemos a la
señora Ruth González Silva diciendo: “Si el pueblo lo pide, voy por la
gubernatura”. ¡Ah claro! Porque el pueblo pide ver cómo se roban otra
vez su dinero y cómo convierten el Estado en su empresa privada.
Esto
no es democracia, es una maldita herencia de poder. Es como si los
Gallardo tuvieran su propio club privado y tú, ciudadano, fueras solo un
espectador pagando la entrada. Y mientras tanto, ellos se llenan los
bolsillos, colocan a sus amigos en todos lados y sonríen en la
televisión mientras la educación, la salud y la seguridad se desmoronan.
Votar
por alguien solo porque está casado con un político o porque viene de
un apellido famoso es como decir: “Sí, quiero que me sigan tratando como
idiota, pero ahora con un nuevo disfraz”. La política familiar no
importa si son buenos, malos o mediocres: importa que están entrenados
desde chiquitos para usar el poder como arma y como caja registradora.
Y
lo peor: cada vez que votamos por un heredero, la democracia se
convierte en un circo de monos entrenados. No hay rendición de cuentas,
no hay innovación, solo más de lo mismo: clientelismo, corrupción y
promesas vacías que desaparecen más rápido que el dinero de los
impuestos.
Así que,
ciudadanos, si quieren ver cambios reales, dejen de darles la llave del
poder a estos linajes. El poder no se hereda, se gana trabajando, no
comprando votos, ni casándose con políticos, ni repartiendo favores como
si fueran caramelos. Y si seguimos así, no se sorprendan cuando la
próxima generación de Gallardos o González Silva llegue y nos recuerde
que nuestra única opción real es mirar, pagar y aguantar.
Porque
en este país, camaradas, la política familiar no es un honor, es un
robo con apellido. Y sí, duele decirlo en voz alta, pero alguien tenía
que decirlo.
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