jueves, 25 de septiembre de 2025

 Caciques familiares: el poder no es un juguete, pero ellos lo tratan como tal


Miren, no sé ustedes, pero yo estoy harto de que la política sea el Disneylandia de los caciques familiares. Resulta que ahora tenemos a la señora Ruth González Silva diciendo: “Si el pueblo lo pide, voy por la gubernatura”. ¡Ah claro! Porque el pueblo pide ver cómo se roban otra vez su dinero y cómo convierten el Estado en su empresa privada.

Esto no es democracia, es una maldita herencia de poder. Es como si los Gallardo tuvieran su propio club privado y tú, ciudadano, fueras solo un espectador pagando la entrada. Y mientras tanto, ellos se llenan los bolsillos, colocan a sus amigos en todos lados y sonríen en la televisión mientras la educación, la salud y la seguridad se desmoronan.

Votar por alguien solo porque está casado con un político o porque viene de un apellido famoso es como decir: “Sí, quiero que me sigan tratando como idiota, pero ahora con un nuevo disfraz”. La política familiar no importa si son buenos, malos o mediocres: importa que están entrenados desde chiquitos para usar el poder como arma y como caja registradora.

Y lo peor: cada vez que votamos por un heredero, la democracia se convierte en un circo de monos entrenados. No hay rendición de cuentas, no hay innovación, solo más de lo mismo: clientelismo, corrupción y promesas vacías que desaparecen más rápido que el dinero de los impuestos.

Así que, ciudadanos, si quieren ver cambios reales, dejen de darles la llave del poder a estos linajes. El poder no se hereda, se gana trabajando, no comprando votos, ni casándose con políticos, ni repartiendo favores como si fueran caramelos. Y si seguimos así, no se sorprendan cuando la próxima generación de Gallardos o González Silva llegue y nos recuerde que nuestra única opción real es mirar, pagar y aguantar.

Porque en este país, camaradas, la política familiar no es un honor, es un robo con apellido. Y sí, duele decirlo en voz alta, pero alguien tenía que decirlo.

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