En días recientes, figuras del viejo régimen mexicano como Ernesto Zedillo y Felipe Calderón han lanzado declaraciones alarmistas: aseguran que la república y la democracia han muerto. A primera vista, parecería la voz de patriotas preocupados; sin embargo, un análisis más profundo revela un guion conocido en América Latina: quien pierde poder clama dictadura, y quien grita dictadura busca recuperar poder.
El discurso como herramienta de poder
Decir
que se acabó la república no es una simple opinión. Es un mensaje con
dirección y propósito. Estas frases no están dirigidas solo al público
mexicano, sino a la comunidad internacional, especialmente a Estados
Unidos y Europa. Son etiquetas estratégicas: autoritarismo, dictadura,
represión. Con ellas buscan sembrar la idea de que México requiere
“rescate democrático” desde afuera.
Dos rutas de presión
1.
Presión internacional: generar preocupación en Washington y Bruselas
para que condicionen acuerdos, inversiones o cooperación militar,
erosionando la soberanía mexicana.
2.
Desestabilización interna: alimentar un clima de sospecha, caos e
incertidumbre que abra la puerta a un golpe blando: judicial, mediático o
financiero, sin necesidad de tanques en las calles.
Hipocresía histórica
Lo
irónico es que quienes hoy se erigen como guardianes de la democracia
han sido, en su momento, sus verdugos. Zedillo privatizó ferrocarriles y
salvó banqueros con dinero público mediante el Fobaproa, hipotecando
generaciones. Calderón, con un cuestionado triunfo electoral, sumió al
país en una guerra que desató más violencia que paz. Sus credenciales
democráticas son endebles, y sus hechos desmienten sus discursos.
El papel de Estados Unidos
No
olvidemos una verdad incómoda: Estados Unidos no actúa por amor a la
democracia, sino por interés. Si un gobierno mexicano favorece a las
corporaciones energéticas, financieras o militares de Washington, aunque
reprima brutalmente, será llamado “aliado democrático”. Si en cambio
defiende soberanía y redistribuye poder, pronto lo tachan de
autoritario.
Reflexión final
El
discurso de la “defensa de la democracia” que hoy enarbolan Zedillo,
Calderón y compañía no es inocente. Es el caballo de Troya de las
élites: un envoltorio bonito para esconder la misma ambición de siempre.
La verdadera defensa de la democracia no está en las cúpulas que se
beneficiaron del viejo régimen, sino en la vigilancia crítica del pueblo
que sabe que, detrás de los discursos grandilocuentes, muchas veces se
esconde la tentación del golpe.
En
México, la democracia no se mide por lo que declaran los expresidentes,
sino por lo que construye la ciudadanía día a día. Y en esa
construcción, los fantasmas del golpismo disfrazado deben ser
desenmascarados sin titubeos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario