miércoles, 17 de septiembre de 2025

En días recientes, figuras del viejo régimen mexicano como Ernesto Zedillo y Felipe Calderón han lanzado declaraciones alarmistas: aseguran que la república y la democracia han muerto. A primera vista, parecería la voz de patriotas preocupados; sin embargo, un análisis más profundo revela un guion conocido en América Latina: quien pierde poder clama dictadura, y quien grita dictadura busca recuperar poder.


El discurso como herramienta de poder

Decir que se acabó la república no es una simple opinión. Es un mensaje con dirección y propósito. Estas frases no están dirigidas solo al público mexicano, sino a la comunidad internacional, especialmente a Estados Unidos y Europa. Son etiquetas estratégicas: autoritarismo, dictadura, represión. Con ellas buscan sembrar la idea de que México requiere “rescate democrático” desde afuera.

Dos rutas de presión

1. Presión internacional: generar preocupación en Washington y Bruselas para que condicionen acuerdos, inversiones o cooperación militar, erosionando la soberanía mexicana.

2. Desestabilización interna: alimentar un clima de sospecha, caos e incertidumbre que abra la puerta a un golpe blando: judicial, mediático o financiero, sin necesidad de tanques en las calles.


Hipocresía histórica

Lo irónico es que quienes hoy se erigen como guardianes de la democracia han sido, en su momento, sus verdugos. Zedillo privatizó ferrocarriles y salvó banqueros con dinero público mediante el Fobaproa, hipotecando generaciones. Calderón, con un cuestionado triunfo electoral, sumió al país en una guerra que desató más violencia que paz. Sus credenciales democráticas son endebles, y sus hechos desmienten sus discursos.

El papel de Estados Unidos

No olvidemos una verdad incómoda: Estados Unidos no actúa por amor a la democracia, sino por interés. Si un gobierno mexicano favorece a las corporaciones energéticas, financieras o militares de Washington, aunque reprima brutalmente, será llamado “aliado democrático”. Si en cambio defiende soberanía y redistribuye poder, pronto lo tachan de autoritario.

Reflexión final

El discurso de la “defensa de la democracia” que hoy enarbolan Zedillo, Calderón y compañía no es inocente. Es el caballo de Troya de las élites: un envoltorio bonito para esconder la misma ambición de siempre. La verdadera defensa de la democracia no está en las cúpulas que se beneficiaron del viejo régimen, sino en la vigilancia crítica del pueblo que sabe que, detrás de los discursos grandilocuentes, muchas veces se esconde la tentación del golpe.

En México, la democracia no se mide por lo que declaran los expresidentes, sino por lo que construye la ciudadanía día a día. Y en esa construcción, los fantasmas del golpismo disfrazado deben ser desenmascarados sin titubeos.

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