miércoles, 17 de septiembre de 2025

 Pena de muerte: ¿justicia, venganza o espectáculo político?


La pena de muerte sigue siendo uno de los temas más polémicos de nuestro tiempo. En Estados Unidos, país que se presenta como “cuna de la democracia”, aún existen estados que ejecutan a personas condenadas por ciertos crímenes. Pero surge la pregunta inevitable: ¿cuando se pide la pena de muerte, estamos hablando de justicia real, de un castigo ejemplar o de simple venganza?

El marco legal

La pena capital en EE. UU. no aplica a todos los homicidios. Sólo ciertos crímenes con agravantes específicos pueden llevar a un acusado al corredor de la muerte: asesinatos múltiples, crímenes contra agentes del orden, asesinatos cometidos durante otros delitos graves o casos de terrorismo. Incluso entonces, la decisión final pasa por jurados, apelaciones interminables y filtros constitucionales que excluyen, por ejemplo, a menores de edad o a personas con discapacidad intelectual. Es decir: no basta con pedirla, se necesitan condiciones legales muy estrictas.

La tentación de la venganza

Sin embargo, la mayoría de las veces el reclamo por la pena de muerte nace del dolor, la rabia o la indignación. El deseo de ver al culpable pagar con su vida es comprensible en un nivel humano, pero ¿no es acaso lo mismo que criticamos en el asesino? Si el Estado se convierte en verdugo, ¿realmente estamos rompiendo el ciclo de la violencia o solo lo institucionalizamos?

El mito del castigo ejemplar

Los defensores de la pena capital aseguran que sirve como advertencia: un castigo tan severo que disuade a futuros criminales. Pero los datos contradicen esa idea. Los estados sin pena de muerte no tienen mayores índices de homicidios que los que sí la aplican. En otras palabras, la amenaza de la ejecución no convierte a la sociedad en un lugar más seguro. Lo que sí genera es un espectáculo político: candidatos y gobernadores posando como “duros contra el crimen” al firmar sentencias o reiniciar ejecuciones.

Justicia o espectáculo

El verdadero dilema es si el Estado debe responder con muerte a la muerte. Quienes creen en la justicia retributiva dirán que es coherente: “el que mata, muere”. Pero en la práctica, la pena de muerte se ha aplicado de forma desigual, con sesgos raciales y económicos, y con la trágica posibilidad de ejecutar a inocentes. Más que justicia, muchas veces parece teatro: una puesta en escena para calmar la sed de venganza social y dar la ilusión de que “se hizo justicia”.

Reflexión final

Pedimos la pena de muerte como si fuera una solución definitiva, pero lo cierto es que no devuelve la vida a la víctima ni sana las heridas de los sobrevivientes. Nos coloca, eso sí, frente al espejo de nuestra propia violencia. La pregunta es incómoda: ¿queremos un sistema de justicia que repare, o un circo que ejecute? En ese dilema se juega no solo la vida de los acusados, sino la dignidad de la sociedad entera.

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