Pena de muerte: ¿justicia, venganza o espectáculo político?
La
pena de muerte sigue siendo uno de los temas más polémicos de nuestro
tiempo. En Estados Unidos, país que se presenta como “cuna de la
democracia”, aún existen estados que ejecutan a personas condenadas por
ciertos crímenes. Pero surge la pregunta inevitable: ¿cuando se pide la
pena de muerte, estamos hablando de justicia real, de un castigo
ejemplar o de simple venganza?
El marco legal
La
pena capital en EE. UU. no aplica a todos los homicidios. Sólo ciertos
crímenes con agravantes específicos pueden llevar a un acusado al
corredor de la muerte: asesinatos múltiples, crímenes contra agentes del
orden, asesinatos cometidos durante otros delitos graves o casos de
terrorismo. Incluso entonces, la decisión final pasa por jurados,
apelaciones interminables y filtros constitucionales que excluyen, por
ejemplo, a menores de edad o a personas con discapacidad intelectual. Es
decir: no basta con pedirla, se necesitan condiciones legales muy
estrictas.
La tentación de la venganza
Sin
embargo, la mayoría de las veces el reclamo por la pena de muerte nace
del dolor, la rabia o la indignación. El deseo de ver al culpable pagar
con su vida es comprensible en un nivel humano, pero ¿no es acaso lo
mismo que criticamos en el asesino? Si el Estado se convierte en
verdugo, ¿realmente estamos rompiendo el ciclo de la violencia o solo lo
institucionalizamos?
El mito del castigo ejemplar
Los
defensores de la pena capital aseguran que sirve como advertencia: un
castigo tan severo que disuade a futuros criminales. Pero los datos
contradicen esa idea. Los estados sin pena de muerte no tienen mayores
índices de homicidios que los que sí la aplican. En otras palabras, la
amenaza de la ejecución no convierte a la sociedad en un lugar más
seguro. Lo que sí genera es un espectáculo político: candidatos y
gobernadores posando como “duros contra el crimen” al firmar sentencias o
reiniciar ejecuciones.
Justicia o espectáculo
El
verdadero dilema es si el Estado debe responder con muerte a la muerte.
Quienes creen en la justicia retributiva dirán que es coherente: “el
que mata, muere”. Pero en la práctica, la pena de muerte se ha aplicado
de forma desigual, con sesgos raciales y económicos, y con la trágica
posibilidad de ejecutar a inocentes. Más que justicia, muchas veces
parece teatro: una puesta en escena para calmar la sed de venganza
social y dar la ilusión de que “se hizo justicia”.
Reflexión final
Pedimos
la pena de muerte como si fuera una solución definitiva, pero lo cierto
es que no devuelve la vida a la víctima ni sana las heridas de los
sobrevivientes. Nos coloca, eso sí, frente al espejo de nuestra propia
violencia. La pregunta es incómoda: ¿queremos un sistema de justicia que
repare, o un circo que ejecute? En ese dilema se juega no solo la vida
de los acusados, sino la dignidad de la sociedad entera.
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