jueves, 18 de septiembre de 2025

 Neoliberalismo, comunismo y la búsqueda de la síntesis


Cuando hablamos de neoliberalismo y comunismo como fuerzas opuestas, lo hacemos bajo una lógica heredada de la dialéctica: tesis, antítesis, síntesis. El neoliberalismo, convertido en credo mundial desde los años ochenta, se presenta como la tesis dominante: la exaltación del mercado, la privatización como dogma, la reducción del Estado a mero garante de negocios privados y la idea de que la competencia es el motor supremo de la sociedad. Su promesa fue prosperidad universal; su saldo, sin embargo, ha sido concentración obscena de riqueza, desmantelamiento de derechos sociales y una fractura ambiental que amenaza la propia vida en el planeta.

Frente a esa tesis se levantó la antítesis: el comunismo. En su versión histórica, buscó abolir la propiedad privada de los medios de producción, centralizar la economía en manos del Estado y construir una sociedad sin clases. Su mérito fue visibilizar la explotación y darle voz a los oprimidos; su límite, las rigideces burocráticas y los autoritarismos que sofocaron libertades en nombre de la igualdad.

Entonces surge la pregunta inevitable: ¿cuál sería la síntesis?

No puede ser un simple término medio, una mezcla tibia de mercado y control estatal. La síntesis, en sentido dialéctico, es una superación: un orden social que absorba lo mejor de ambas visiones, pero que al mismo tiempo las trascienda.

Podríamos llamarla democracia económica: una sociedad donde el mercado exista, pero subordinado a los derechos colectivos; donde la propiedad privada conviva con la propiedad común y cooperativa; donde la innovación no esté orientada a enriquecer a unos pocos, sino a resolver las necesidades humanas y preservar la naturaleza.

La síntesis también puede tomar forma en los movimientos que ya brotan en distintas latitudes: el socialismo democrático en Europa del Norte, que alguna vez garantizó amplios derechos sociales sin anular la libertad individual; el postcapitalismo tecnológico, que vislumbra un futuro donde la automatización y la energía renovable reduzcan los costos y hagan inviable la lógica de acumulación; o el buen vivir de los pueblos originarios de América Latina, que coloca a la comunidad y la naturaleza en el centro de la vida social.

Más que un destino fijo, la síntesis es un horizonte. Se trata de aprender de los errores del pasado: del neoliberalismo, su voracidad sin límites; del comunismo, su centralismo que asfixió la diversidad humana. Lo que está en juego no es solo la economía, sino la supervivencia de la especie y la dignidad de cada vida.

Tal vez la síntesis aún no tenga nombre definitivo. Tal vez se escriba con las luchas sociales que hoy parecen pequeñas, pero que germinan en cooperativas, en asambleas vecinales, en movimientos ecologistas, en redes de solidaridad que se niegan a obedecer a la lógica del capital.

En esa síntesis en construcción, late la esperanza de que ni el mercado ni el Estado dominen al ser humano, sino que el ser humano domine su destino colectivo.

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