Neoliberalismo, comunismo y la búsqueda de la síntesis
Cuando
hablamos de neoliberalismo y comunismo como fuerzas opuestas, lo
hacemos bajo una lógica heredada de la dialéctica: tesis, antítesis,
síntesis. El neoliberalismo, convertido en credo mundial desde los años
ochenta, se presenta como la tesis dominante: la exaltación del mercado,
la privatización como dogma, la reducción del Estado a mero garante de
negocios privados y la idea de que la competencia es el motor supremo de
la sociedad. Su promesa fue prosperidad universal; su saldo, sin
embargo, ha sido concentración obscena de riqueza, desmantelamiento de
derechos sociales y una fractura ambiental que amenaza la propia vida en
el planeta.
Frente a esa
tesis se levantó la antítesis: el comunismo. En su versión histórica,
buscó abolir la propiedad privada de los medios de producción,
centralizar la economía en manos del Estado y construir una sociedad sin
clases. Su mérito fue visibilizar la explotación y darle voz a los
oprimidos; su límite, las rigideces burocráticas y los autoritarismos
que sofocaron libertades en nombre de la igualdad.
Entonces surge la pregunta inevitable: ¿cuál sería la síntesis?
No
puede ser un simple término medio, una mezcla tibia de mercado y
control estatal. La síntesis, en sentido dialéctico, es una superación:
un orden social que absorba lo mejor de ambas visiones, pero que al
mismo tiempo las trascienda.
Podríamos
llamarla democracia económica: una sociedad donde el mercado exista,
pero subordinado a los derechos colectivos; donde la propiedad privada
conviva con la propiedad común y cooperativa; donde la innovación no
esté orientada a enriquecer a unos pocos, sino a resolver las
necesidades humanas y preservar la naturaleza.
La
síntesis también puede tomar forma en los movimientos que ya brotan en
distintas latitudes: el socialismo democrático en Europa del Norte, que
alguna vez garantizó amplios derechos sociales sin anular la libertad
individual; el postcapitalismo tecnológico, que vislumbra un futuro
donde la automatización y la energía renovable reduzcan los costos y
hagan inviable la lógica de acumulación; o el buen vivir de los pueblos
originarios de América Latina, que coloca a la comunidad y la naturaleza
en el centro de la vida social.
Más
que un destino fijo, la síntesis es un horizonte. Se trata de aprender
de los errores del pasado: del neoliberalismo, su voracidad sin límites;
del comunismo, su centralismo que asfixió la diversidad humana. Lo que
está en juego no es solo la economía, sino la supervivencia de la
especie y la dignidad de cada vida.
Tal
vez la síntesis aún no tenga nombre definitivo. Tal vez se escriba con
las luchas sociales que hoy parecen pequeñas, pero que germinan en
cooperativas, en asambleas vecinales, en movimientos ecologistas, en
redes de solidaridad que se niegan a obedecer a la lógica del capital.
En
esa síntesis en construcción, late la esperanza de que ni el
mercado ni el Estado dominen al ser humano, sino que el ser humano
domine su destino colectivo.
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