El padre Alfréd Kun, famoso activista de la Cruz Flechada, que luego admitiría haber cometido quinientos asesinatos, solía dar la siguiente orden: «En nombre de Cristo, ¡fuego!».
Los milicianos de la Cruz Flechada,
algunos de entre catorce y dieciséis años, sacaban a grupos de judíos del
gueto, los obligaban a quedarse en paños menores y a marchar descalzos
por las calles heladas de Budapest hasta los diques del Danubio para
ejecutarlos allí. En muchos casos, sus disparos eran tan torpes que
algunas víctimas lograban saltar al río helado y escapar a nado. En una
ocasión un oficial alemán interrumpió una de esas matanzas y envió a los
judíos a su casa, pero probablemente no fuera más que un indulto temporal.
Algunos
suboficiales de la gendarmería húngara se unieron a los cuatro mil
milicianos de la Cruz Flechada para torturar y asesinar a los judíos, y
otros los ayudaron.
Hubo también unos pocos miembros
de la propia Cruz Flechada que ayudaron a los judíos a escapar, lo que
demuestra que nunca se puede generalizar. Los esfuerzos de uno de ellos,
el Dr. Ara Jerezian, recibieron después el reconocimiento de Yad Vashem,
la institución creada en Israel en memoria de las víctimas
del Holocausto.
Antony Beevor
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