Las naciones, como los credos políticos, pueden ser optimistas o pesimistas. Junto con Corea del Norte, Estados Unidos es uno de los pocos países del mundo en los que el optimismo es casi una ideología oficial. Para grandes sectores del país, ser positivo es ser patriota, mientras que la negatividad es una clase de crimen de pensamiento. El pesimismo se considera vagamente subversivo. Incluso en los momentos de mayor desaliento, sigue dominando en el inconsciente nacional una fantasía colectiva de omnipotencia e infinitud. Elegir a un presidente de Estados Unidos que declarara a la nación que sus mejores días pertenecen al pasado sería casi tan inimaginable como elegir a un chimpancé, aunque esto último ha estado a punto de ocurrir en una o dos ocasiones. Un líder así se convertiría en objetivo de asesinato. Un historiador estadounidense señaló hace poco que «los discursos inaugurales presidenciales siempre son optimistas, con independencia de los tiempos que corran». Este comentario no tenía una intención crítica. Hay una alegría compulsiva en algunos aspectos de la cultura estadounidense, una retórica de puedo-hacer-lo-que-quiera que delata un miedo casi patológico al fracaso.
Terry Eagleton
No hay comentarios:
Publicar un comentario