sábado, 5 de julio de 2025




 Ah, México mágico. Donde el verdadero poder no está en los palacios, sino en los retrovisores del Mercedes-Benz.

Ahí va ella, la señora rubia del privilegio, conduciendo con una mano el volante y con la otra el látigo colonial.
Porque claro, cuando eres blanca, rica y estás acostumbrada a gritarle a las sirvientas… gritarle a un policía es casi un reflejo patriarcal.

“¡Odio a los negros como tú!”, le dice.
Y todos pensamos: ¿dónde está esta señora? ¿En Mississippi, 1953?
No.
Está en Polanco. 2025.
Y no es una excepción…
es una fotografía del alma podrida del clasismo mexicano.

Porque hay que decirlo: aquí el racismo no necesita capuchas blancas ni banderas confederadas.
Aquí el racismo se viste de Carolina Herrera, habla con acento "nice" y se toma selfies con “la ayuda”.
Aquí el racismo no se esconde… usa placas de circulación.

Y mientras tanto, el policía, el verdadero mexicano, con piel morena y salario de hambre, tiene que aguantar el veneno con uniforme y sonreír… porque si responde, lo acusan de agresión.
Aquí el racismo es tan descarado que insulta a los que lo contienen.
Y lo más jodido: muchos lo celebran. “¡Qué huevos de la señora!”, dicen algunos en redes.
Sí, qué huevos… de serpiente.

No es un caso aislado. Es una clase social que nunca fue educada para respetar, sino para mandar.
Una clase que aprendió que la ley solo aplica para los de abajo.
Una clase que no se siente mexicana, solo propietaria de México.

Así que no me hablen de “avances”, de “diversidad” o de “empoderamiento femenino” cuando la lucha por los derechos humanos termina en el primer semáforo donde una señora blanca insulta a un policía como si todavía viviera en la hacienda de su tatarabuelo esclavista.

Si queremos justicia, no basta con castigarla a ella.
Hay que revisar cuántos como ella están criando más como ella.

No hay comentarios:

Publicar un comentario