El diagnóstico de Polanyi parece peculiarmente apropiado para nuestra condición contemporánea. Nos ayuda a avanzar un buen trecho en la comprensión de lo que el presidente Bush quiere decir cuando afirma que «en tanto que somos la mayor potencia sobre la tierra, nosotros tenemos la obligación de contribuir a expandir la libertad». Sirve para explicar por qué el neoliberalismo se ha tornado tan autoritario, enérgico y antidemocrático, en el preciso momento en que «la humanidad sostiene en sus manos la oportunidad de ofrecer el triunfo de la libertad sobre todos sus enemigos seculares». Nos hace concentrarnos en el hecho de que tantas corporaciones se hayan beneficiado de retener los beneficios que brindan sus tecnologías a la esfera pública (como en el caso de los medicamentos del SIDA), así como también de las calamidades de la guerra (como en el caso de Halliburton), del hambre y del desastre medioambiental. Hace aflorar la preocupación acerca de si muchas de estas calamidades o casi calamidades (la carrera armamentística y la necesidad de enfrentarse a enemigos tanto reales como imaginarios) no han sido secretamente urdidas con la finalidad de obtener ventajas empresariales. Y se torna extremadamente claro por qué los ricos y los poderosos apoyan tan ávidamente ciertas concepciones de los derechos y de las libertades mientras tratan de persuadirnos de su universalidad y de su bondad. Después de todo, treinta años de libertades neoliberales no sólo han servido para restaurar el poder a una clase capitalista definida en términos reducidos. También han generado inmensas concentraciones de poder corporativo en el campo de la energía, los medios de comunicación, la industria farmacéutica, el transporte e incluso la venta al pormenor (por ejemplo, Wal-Mart). La libertad de mercado que Bush proclama como el clímax de la aspiración humana, resulta que no es más que un medio conveniente para extender el poder monopolista corporativo y la Coca Cola por todo el mundo sin restricciones. Esta clase (con Rupert Murdoch y Fox News a la cabeza), que cuenta con una desorbitada influencia sobre los medios de comunicación y sobre el proceso político, tiene poder e incentivos suficientes para convencernos de que todos estamos mejor bajo el régimen de libertades neoliberal. Efectivamente, a la elite que vive confortablemente en sus guetos dorados, el mundo le debe parecer un lugar mejor. Tal y como Polanyi podría haber observado, el neoliberalismo confiere derechos y libertades a aquellos «cuya renta, ocio y seguridad no necesitan aumentarse», dejando una miseria para el resto de nosotros. ¿Cómo es, entonces, que «el resto de nosotros» hemos aceptado con tanta facilidad este estado de cosas?
David Harvey
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