martes, 26 de abril de 2022

 Aunque no es completamente cierto que quieran acabar con todas las libertades; se trata de mantenerlas en un nivel que, según ellos, nos beneficia a todos. A esta libertad controlada podemos calificarla como una forma de esclavitud, pero no esclavitud en el sentido clásico del concepto. Se trata de convencernos, entre otras cuestiones, de que cada uno tiene un nivel social, económico o intelectual estanco y que puede, incluso, alcanzar un nivel determinado, mínimamente distinto, pero que no puede llegar más allá. Persuadirnos de que tenemos una función concreta dentro de las sociedades pseudo-democráticas que pretenden construir. Más que de una esclavitud se trata de un adiestramiento. Nos instruyen para volvernos dóciles, para dejarles el mundo en sus manos y que sólo nos dediquemos a trabajar, consumir y no a pensar y actuar, sino a entretenernos con televisión basura. Para ellos sólo somos animales domésticos. Lo peor no es que procedan por nosotros, sino que les permitamos que piensen en nuestro lugar. Tenemos la inteligencia suficiente para entender los acontecimientos, las claves, si nos las explican tal y como son, sin ocultar datos. El hecho es que no desean explicarlas porque nuestro conocimiento les restaría poder y capacidad de maniobra. Su objetivo es la confusión, el caos, para que les confiemos a ellos, que son los que tienen el entendimiento absoluto, las llaves del mundo. Por ello, nos engañan tergiversando datos, contando mentiras, vendiendo ética como pastillas de jabón, con total impunidad. Nos mantienen entretenidos, absortos, embobados con banalidades insignificantes, pero decoradas con tanta pomposidad y oropel que el que los homosexuales puedan o no casarse nos parece la cuestión capital de nuestra existencia. Pero los problemas del mundo son otros. Ante esta perspectiva, debemos reflexionar acerca de la sentencia pronunciada por Frederick Douglas en 1844: «El poder no concede nada sin previa reivindicación. Nunca lo ha hecho y jamás lo hará. Los límites de los tiranos los fija la capacidad de aguante de aquellos a los que oprime». Sabía de lo que hablaba porque antes de convertirse en uno de los abolicionistas más prestigiosos de su país nació como esclavo en una plantación de algodón de Maryland. Cuando el amo de Frederick descubrió que su esposa le estaba enseñando a leer la reprendió: «Un negro no debe hacer otra cosa que obedecer a su amo, hacer lo que se le dice. Aprender echaría a perder al mejor negro del mundo. Si enseñas a un negro a leer será imposible mantenerlo. Le incapacitará para ser esclavo a perpetuidad». Los ciudadanos representamos hoy, frente a los bilderberges, a los negros a los que no se les quería enseñar a leer para que no fueran conscientes de la realidad de su esclavitud. «Para tener contento a un esclavo es necesario que no piense. Es necesario oscurecer su visión moral y mental y, siempre que sea posible, aniquilar el poder de la razón», escribió Frederick. Ese es el motivo por el que «el ojo» tiene que verlo todo, saber en cada momento cómo piensan y actúan los ciudadanos para corregir de forma rápida y eficaz el camino de la oveja descarriada, al crítico subversivo que pueda poner en peligro su injusta construcción. ¿Quieren ser esclavos o prefieren ser libres?

Cristina Martin

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