jueves, 30 de diciembre de 2021

 Hay muchos problemas sobre los que los políticos pueden discrepar, pero el de las personas sin techo no debería ser uno de ellos. Es un problema sencillo de resolver. Es más, en realidad, solucionarlo libera fondos. Si somos pobres, nuestro principal problema es que no tenemos dinero. Si vivimos en la calle, nuestro principal problema es que no tenemos un techo sobre nuestras cabezas. Y da la casualidad de que en Europa el número de casas vacías duplica el de personas sin hogar. 127 Y en Estados Unidos hay cinco vacías por cada persona que no tiene casa. 128 Por desgracia, en lugar de intentar curar la enfermedad, optamos una y otra vez por combatir los síntomas: la policía persigue vagabundos, los médicos tratan a indigentes que duermen al aire libre y los devuelven a las calles y los trabajadores sociales ponen apósitos en heridas infectadas. Como ya hemos visto, un antiguo ejecutivo, Lloyd Pendleton, demostró en Utah que hay otra manera de hacer las cosas. Desde entonces, ha volcado sus esfuerzos en convencer a Wyoming de que también empiece a dar viviendas a los sintecho. «Son mis hermanos y hermanas —dijo en una reunión en Casper, Wyoming—. Si ellos sufren, nosotros sufrimos, como comunidad. Todos estamos conectados.» 129 Si este mensaje no basta para apelar a nuestro sentido moral, consideremos el punto de vista económico. Porque tanto si hablamos de vagabundos holandeses, cultivadores de caña indios o muchachos cheroquis, combatir la pobreza no beneficia sólo a nuestra conciencia, sino también a nuestros bolsillos. Como señala sucintamente la profesora Costello: «Es una lección muy valiosa para la sociedad.»

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