¿Cómo se puede imaginar una libertad ilimitada en el Estado o en la sociedad? El Estado puede, sí, proteger a uno contra otro, pero no puede dejarse poner a sí mismo en peligro por una libertad ilimitada, por lo que se llama la licencia desenfrenada. El Estado, al proclamar la libertad de la enseñanza, proclama simplemente que cualquiera que enseñe como lo quiere el Estado, o más exactamente, como lo quiere el poder del Estado, está en su derecho. La competencia está igualmente sometida a ese como lo quiere el Estado; si el clero, por ejemplo, no quiere como el Estado, se excluye él mismo de la competencia (véase lo que ha pasado en Francia). Los límites que pone el Estado necesariamente a toda competencia, son llamados la vigilancia y la alta dirección del Estado. Por el hecho mismo de mantener la libertad de la enseñanza en los límites convenientes, el Estado consigue su objeto en la libertad de pensar, porque las gentes, es lo general, no piensan más allá que lo que sus maestros han pensado. (...)
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