Las iniciativas de liberalización y desregulación han tenido un historial tan diverso como las iniciativas de privatización, y las más tristemente célebres han sido la desregulación del sector financiero y la liberalización del mercado de capitales. Para los fervientes creyentes en la ideología de la derecha, esos fallos son un misterio. Para los que estamos más al corriente de las limitaciones del mercado, los fallos son predecibles —y se predicen a menudo—. Eso también es válido para las iniciativas de liberalización, como la desastrosa liberalización del mercado de la electricidad en California. Enron, uno de los grandes partidarios de la liberalización, y uno de los más categóricos defensores de las maravillas del mercado (hasta que quebró en 2001, en lo que hasta aquel momento fue la mayor bancarrota de una gran empresa en toda la historia), manipuló el mercado de la electricidad de California para ganar millones y millones de dólares, una transferencia de dinero desde los bolsillos de los ciudadanos corrientes de aquel estado hacia los de Ken Lay, el presidente de la compañía, y los de otros directivos. Los altos funcionarios de Bush le echaron la culpa de la escasez que Enron se esforzó por crear a una excesiva normativa de protección al medio ambiente, que desincentivaba la construcción de nuevas infraestructuras. La realidad era bien distinta: en cuanto se pusieron en evidencia las manipulaciones del mercado por parte de Enron, a fin de inflar los precios, y nada más restablecerse la normativa, la escasez desapareció.
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