Las ciencias sociales pueden hacer muy poco, o quizá nada, para resolver las tensiones y contradicciones estructurales que subyacen bajo el desorden económico y social actual. Lo que sí pueden hacer, no obstante, es exponerlas a la luz del día y discernir las continuidades históricas que permiten entenderlas plenamente. También pueden –y deben– denunciar el drama de que los Estados democráticos se estén convirtiendo en agencias para el cobro de deudas por cuenta de una oligarquía global de inversores, comparada con la cual la «elite del poder» de C. Wright Mills casi parece un paradigma del pluralismo liberal. Hoy más que nunca, el poder económico parece haberse convertido en poder político, mientras que los ciudadanos se ven casi totalmente privados de sus defensas democráticas y de su capacidad de exigir a la economía política intereses y demandas incompatibles con las de los propietarios del capital. De hecho, observando retrospectivamente la sucesión de crisis del capitalismo democrático acaecidas desde la década de 1970, parece dibujarse una posibilidad real de una resolución de los conflictos sociales del capitalismo avanzado, por temporal que sea, totalmente favorable a las clases propietarias, ahora firmemente atrincheradas en su fortaleza políticamente inexpugnable de las finanzas internacionales.
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